«En el mundo una de cada diez personas pasa hambre. Es terrible, sin duda. Pero, además, resulta que un tercio de los alimentos que producimos acaba en la basura». Esta es la paradoja que plantea Manuel Bruscas, un castellonense residente en Barcelona que ha hecho del desperdicio de alimentos su propia cruzada personal desde hace años.

Esta contradicción, que él mismo califica de «absurda», fue la que le llevó a rebelarse contra el despilfarro de comida, llegando incluso a escribir artículos o a participar en un programa de Salvados para compartir con Jordi Évole algunos datos sobre el tema. Y así fue como se plantó la semilla que, con el paso de años, llevaría al nacimiento de su obra Los tomates de verdad son feos, elaborada en colaboración con la ilustradora Alejandra Zuñiga.

«Me reuní con Ale, una buena amiga que es ilustradora, y nos pusimos a soñar por qué no hacíamos un libro a medias sobre el despilfarro de comida», explica Bruscas en el propio vídeo promocional que utilizaron para la campaña de micromecenazgo que permitió sacar la obra adelante. Esta se cerró el pasado mes de diciembre, consiguiendo un total de 9.385 euros.

En la obra critican que muchos alimentos son desechados simplemente por no ser estéticamente perfectos, ante lo que sostienen la necesidad de concienciar al respecto y tomar medidas a nivel industrial para que se creen códigos de buenas prácticas o se publiquen datos sobre el despilfarro. También defienden la redistribución de los alimentos sobrantes de restaurantes y supermercados, que pueden donarse a oenegés en lugar de tirarse a la basura.

Tres partes

De esta manera, en los nueve capítulos que recogen sus páginas, Bruscas y Zuñiga profundizan en las causas de este problema, aportando datos para comprender la situación, pero no terminan ahí. Cada uno de esos capítulos se divide en tres partes: la primera, la razón, que explica la realidad del despilfarro y los motivos tras él; la segunda, la ilusión, que plantea varias propuestas para acabar con el problema; y la tercera, el corazón, que se centra en los aspectos más puramente emocionales de la realidad del desperdicio.