Dejando al margen el eterno debate sobre dónde se cocina la mejor paella, si en Castellón o en Valencia, lo cierto es que en la Comunitat ahora hay que aunar las fuerzas para que su plato más tradicional se convierta en Patrimonio de la Humanidad, compartiendo reconocimiento con lugares tan míticos como las pirámides de Egipto, la Torre Eiffel, el Coliseo Romano, Machu Picchu, la Gran Muralla China o el Taj Mahal.

Esta comida compuesta tradicionalmente por arroz, pollo, conejo, judías verdes, garrofón, azafrán, ajos y tomate (sin desdeñar la presencia de caracoles, alcachofas o costillas de cerdo, según gustos), ya tiene un día mundial en el que se conmemora su presencia y el próximo paso hacia su celebridad más internacional puede ser el de formar parte de la lista de la Unesco junto a la comida mexicana al estilo de Michoacán, el kimchi de Corea del Norte, el pan de jengibre croata o el washoku japonés.

La tarea no resultará sencilla, pero el pleno del Ayuntamiento de València dio ya el primer paso con la aprobación de una declaración institucional que defiende la paella como «una de las marcas mundiales más prestigiosas».

En su carta de presentación ante la Unesco para postular al plato como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, el Ayuntamiento de la capital del Turia sostiene que «la paella es el epicentro de la tradición gastronómica de Valencia y su provincia, además de un elemento vertebrador de la gastronomía de la Comunitat Valenciana».

Los promotores de la iniciativa consideran que la paella conjuga tradición y modernidad, al tiempo que ejerce un papel de vertebración social. Defienden en el citado escrito que este plato está unido a las tradiciones festivas del territorio, sosteniendo también que el cultivo del arroz en la Albufera “ayuda a sostener un uso adecuado de los ecosistemas originales. Algunas empresas multinacionales de la industria agroalimentaria ponen en cuestión la sostenibilidad ambiental de los arrozales del Mediterráneo, pero esta zona de producción arrocera y piscícola es un humedal natural que ha llegado hasta nuestros días gracias a la característica de ser un espacio natural y productivo, tanto pesquero como de producción de arroz».

La Unesco ya declaró a la dieta mediterránea como Patrimonio de la Humanida. Un asidero al que se agarra la paella para defender que, al igual que el café turco, el lavash de Armenia, el lentisco de la isla griega de Chios o la comida gastronómica de Francia, la paella esté distinguida ahora también por la Unesco. Y hasta entonces continuaremos disfrutándola en la mesa.