Son monjas 2.0. Están presentes en Facebook (El horno de las Monjas), en Twitter, en Instagram y, en 15 días, ofrecerán el servicio de venta on line. Son las hermanas agustinas, una comunidad de monjas contemplativas del monasterio de Santa Ana de Sant Mateu que cada día se ganan el pan en diversos quehaceres. El principal, la elaboración de pastas, que ellas se encargan de vender en una pequeña tienda en el mismo convento, y que aprendieron de la mano de un auténtico dios de la repostería, el maestro Paco Torreblanca. Hoy en día cocinan más de 30 productos.

Maxicookies de chocolate con leche y cereales, pastas de té con almendra caramelizada, tiritas de naranja con chocolate negro, suspiros de Santa Rita, panellets... son algunas de sus cuidadas elaboraciones. Y ya están preparando los turrones para las navidades. Todo ello para el sustento de la comunidad. «Pagamos cuota de autónomo», incide sor María Teresa, la artífice de este salto cuantitativo y cualitativo en el mundo del dulce pecado que las hermanas han experimentado en apenas dos años.

Su historia repostera comenzó de forma casual. El destino quiso que, tras 18 años trabajando para una multinacional alemana con sede en Paterna, para la cual envasaban gominolas, les dijeran que ya no contaban con ellas. «Después de más de un año sin ocupación, empecé a buscar por internet y todas las monjas hacían lo mismo: yemas, mantecados y poco más», explica esta religiosa. Hasta que descubrió un artículo del afamado maestro repostero Paco Torreblanca. «Yo entonces no conocía su trayectoria, pero me gustaron sus recetas y el hecho de que en un vídeo dijera que los orígenes de la repostería están en los monasterios, pero que se estaba quedando encorsetada, por lo que contacté con él y le expuse nuestra situación», concreta sor María Teresa.

Era mayo del 2016. El resultado: «Nos invitó a ir a su obrador en Elda (Alicante) durante una semana en septiembre y nos enseñó recetas de forma gratuita. Antes de ir, en verano, decidimos abrir la tienda con apenas cinco productos que sabíamos hacer y después de pasar por su obrador, poco a poco, ya hacemos más de 30», relata la monja.

Lo que empezó como un negocio muy limitado gracias a las manos de ocho de las 18 hermanas, las jóvenes, está a punto de traspasar las fronteras digitales. «Dentro del convento no tenemos apenas contacto con la gente, más allá de la tienda --relata sor María Teresa--. Cada vez venía más gente y nos preguntaban sí vendíamos por internet». Una asignatura pendiente que será una realidad antes de navidades.