Acabamos unos días de fiesta intensos. Fallas y Magdalena se suceden y ofrecen infinidad de alicientes para que estos días sean fantásticos. Hay que pasarlo bien y divertirse, pero bajo la premisa de molestar lo menos posible a los demás.

Este ajetreo festero no le gusta a todo el mundo, algunos se van de vacaciones y acaban con el problema. Entre los que se quedan a pasar las fiestas en su localidad, los hay que se integran y participan otros que solo lo sobrellevan. En todo caso debe primar siempre la convivencia, el civismo y el sentido común. Por lo que, si bien las molestias son inevitables, hay que minimizarlas en lo posible. Lo que puede hacerse de varias formas. El ruido es necesario limitarlo, hay que dormir. Las despertàs están desfasadas y es bueno controlar el horario nocturno de cohetes y verbenas o incluso carpas con música. Creo que con la mitad de volumen se baila igual, se habla más y se molesta menos a los vecinos. El botellón tiene clases y si es salvaje lo llena todo de basura, cristales rotos, orines, vómitos, no es aceptable y menos afectando a monumentos. Ayudaría supervisar los puestos de comida callejera, que con dudosa salubridad nos invaden. Y prohibir los vendedores piratas de cubalitros.

Y es que no todo vale, aunque algunos lo crean (seguramente por lo que ocurre en Cataluña) no puede haber absoluta impunidad. Las fuerzas del orden tienen que desarrollar su deber más allá de impedir el paso de vehículos, aunque no sea fácil enfrentarse a hordas de jóvenes que ojalá consideraran divertirse sin dejar todo asqueroso.

*Notario