«Caen las bombas y suenan todas las alarmas. La gente sale de sus casas y se dirige hacia el refugio más cercano. Al tiempo, el silencio. Al día siguiente, nuevas sombras sobrevolarán el aire; hoy el objetivo han sido las fabricas, los almacenes, los frentes y las infraestructuras de comunicación como los puentes, las estaciones, los puertos o el punto de partida de todas estas sombras sobre el cielo: los aeródromos». La Guerra Civil española marcó un antes y un después para la aviación militar. En tan solo tres años, Castellón pasó de tener un aeródromo en la capital de la Plana, a contar con un total de once --38 en toda la Comunitat--, tal como explica Manuel Carreres, realizador del proyecto Aeròdroms valencians de la Guerra Civil.

De norte a sur, Càlig, Catí, Ares, Vistabella, Alcalà, Vilafamés, Orpesa, Castelló, Betxí, Barracas y El Toro fueron los emplazamientos estratégicos.

Carreres es licenciado en Historia del Arte por la Universitat de València (UV) e investigador de la Cátedra Demetrio Ribes. Y precisamente es en este último centro universitario (a raíz de un I+D para estudiar obras públicas desaparecidas en la Comunitat) donde inició su investigación sobre campos de aviación. «De todo este proceso, al final han salido varias exposiciones, una publicación y el blog aerodromsvalencians.wordpress.com, que abrí hace un par de semanas», explica el investigador valenciano.

Manuel Carreres comenta que una de las dificultades de su trabajo radicaba en que «había un baile bastante grande en el número de aeródromos existentes en la Comunitat». De manera que el primer paso del historiador fue tratar de determinar cuántos campos de aviación hubo durante la Guerra Civil en el territorio valenciano, para después poder clasificarlos y localizarlos en su emplazamiento original, ya que este fue otro de los problemas con los que se topó. «Siempre los nombraban, pero cuando había algún mapa solo los situaban en el pueblo, no en su localización exacta. Daba igual si estaba en el norte o en el sur», explica.

Tras un periodo de exhaustiva y cuidadosa investigación, Carreres llegó a la conclusión de que, con certeza, existieron 38 aeródromos, «aunque hay algunos más que están dudosos, puesto que, tal vez, solo funcionaran como campos de socorro o lugares que se construyeron para algún aterrizaje concreto y tan solo se usaron durante un mes, entonces esto no se considera aeródromo porque no tiene la infraestructura propia del mismo».

Así, el investigador indica que, durante los tres años de guerra, la Comunitat llegó a contar con 38 campos de aviación desde donde partieron aviones militares para toda España. «Esta fue la primera guerra en que la aviación formó parte de la logística de una ofensiva de ataques que se producían siguiendo un patrón similar. Con la incorporación de aparatos italianos, rusos y alemanes, la aviación militar consiguió la mayoría de edad y de los aeródromos de la Comunitat Valenciana partían muchas escuadrillas de cazas y de bombarderos», explica.

El reparto territorial de aeródromos quedó de la siguiente forma: 18 en la provincia de València, 11 en la de Castellón y nueve en la de Alicante. Pero, ¿cuál fue el centro de aviación más importante? Carreres no ofrece una respuesta tajante: «Es difícil, porque cada uno tuvo su importancia en algún momento concreto. No obstante, sí podríamos nombrar los de València hacia el interior (Manises -que además era cabecera de región aérea y de sector-, La Señera -en Chiva-, Llíria o Villar del Arzobispo), los del interior de Castellón (Barracas y El Toro) y, en Alicante, el de La Rabassa (que era cabecera de sector y donde también se encontraban las fábricas aeronáuticas)».

Confusión en el número

Durante la investigación, Carreres se dio cuenta de que algunos de los aeródromos que figuraban en los archivos jamás habían existido. «En ciertos documentos ponía que había aeródromos en pueblos en los que nunca hubo», asegura. De ahí la confusión en el número de campos de aviación operativos en la Comunitat.

«En mi listado he especificado que el aeródromo no existe, pero hago referencia a que ha habido varios errores en la localización», explica. El investigador comenta que Chulilla, Segorbe, Onda y Lucena son algunos de los pueblos donde se pensó que existía un campo de aviación. El experto asegura que la confusión se produjo porque «a veces, la Legión Cóndor o los italianos sobrevolaban las vías del ferrocarril o las infraestructuras para después bombardear, de manera que si veían algún llano o algún avión cerca, pensaban que podría tratarse de un aeródromo», afirma Manuel Carreres.

«Mucha gente se sorprende de que haya tantos aeródromos en tres años», comenta. El investigador explica que esto responde a la importancia que cobró la aviación en la Guerra Civil. «El Ejército del Aire era una de los principales factores para dirigir la balanza hacia el bando de los republicanos o el de los sublevados», incide. Carreres afirma que los republicanos «tuvieron mayoría» en la aviación hasta la batalla de Brunete, en 1937. «A partir de aquí, los sublevados ganan y comienzan a introducir su aviación. En todas las batallas había una combinación del ejército de tierra y del aire. Y, precisamente por eso, fue la primera guerra con esta combinación entre fuerzas armadas, porque fue la primera donde la aviación cobró especial importancia», recuerda.

La batalla de Teruel

El realizador del proyecto «Aeròdroms valencians de la Guerra Civil» afirma que uno de los puntos de inflexión en la construcción de campos de aviación en la Comunitat fue la batalla de Teruel (1937/ 1938). «A partir de este momento, comienza la construcción de aeródromos, principalmente en la zona del interior de València y de Castelló, ya que partían desde esos puntos para apoyar la infantería republicana».

Además, incide en que «al final de la guerra no se construyen tantos porque se pierde Castelló», pero explica que se crearon algunos más «en el sur de València y en el norte de Alicante como zona de retaguardia, por si había que protegerse».

Carreres aclara que la finalidad de el proyecto es llegar a todo el mundo: «La voluntad de un investigador es descubrir momentos del pasado que se han perdido en la memoria o han querido borrar. Y este tipo de trabajos sirve para valorizar los elementos que existieron, que, además, son patrimonio de nuestro alrededor. Y de este modo podremos recomponer la memoria colectiva».