Por norma general, unos padres siempre quieren estar lo más cerca posible de sus hijos, aunque no siempre es posible por cuestiones personales o laborales. Sin embargo, los de Jordi y Joan Royo Gual tienen a sus dos únicos hijos bastante más lejos de lo que es habitual. Y es que estos castellonenses han fijado su residencia habitual en Nueva Zelanda (20.000 kilómetros) y Brasil (8.000 kms), respectivamente.

Joan cogió las maletas hace ahora seis años para ganarse la vida como periodista en Río de Janeiro. Lo hizo en plena crisis, aunque contaba con empleo estable en Barcelona. «Los jefes fliparon cuando les dije que me iba porque en ese momento todo el mundo quería conservar su trabajo», recuerda. «Es la mejor decisión que he tomado en mi vida», apostilla tras haber cubierto eventos como el Mundial de Fútbol o los Juegos Olímpicos, así como haber entrevistado a personajes de la vida pública brasileña como la expresidenta Dilma Rousseff.

«Este tiempo ha habido mucha demanda de información de Brasil y me ha venido bien», admite un corresponsal que analiza de la siguiente forma la irrupción de Bolsonaro a la presidencia: «A nivel profesional ha creado mucha expectación; se ve como un momento histórico. A nivel personal lo veo muy triste, pero se ha pasado una crisis política muy fuerte y ha sido como una solución a la desesperada».

Joan visitó a su hermano Jordi cuando vivió en Australia, pues residió allí durante casi dos años, mientras que Joan le devolvió la visita en Brasil. Su madre también se ha acostumbrado a los aeropuertos, pues ya ha estado con sus hijos en los distintos países por los que han vivido. «Mi madre en la cocina tiene tres relojes. Uno con la hora de Castelló, otro con la hora de Nueva Zelanda con una foto de mi hermano al lado y otro con la hora de Brasil con una foto mía», afirma Joan, que ha llegado a vivir dos años en una favela.

Aunque los Royo Gual aseguran que en su infancia no eran demasiado viajeros, ambos concluyeron sus estudios en Barcelona y Jordi cursó además un Erasmus en Noruega que le permitió conocer a unos australianos que le abrieron las puertas de su país: «Ese fue el inicio. Decidí ir a Australia a mejorar el inglés y después de estar casi dos años volví a la terreta para trabajar un tiempo en Porcelanosa. Me quedé con las ganas de ir a Nueva Zelanda, así que llegué hace dos años y aquí sigo. Ahora trabajo trayendo estudiantes de España y Sudamérica».

Ambos hermanos señalan que coincidirán de nuevo en su ciudad con ocasión de la Magdalena. «Tengo muchas ganas de ir y tomarme una cerveza por un euro, que aquí cuestan unos diez dólares», concluye Jordi.