A unas 30 millas mar adentro desde la costa castellonense (o lo que es lo mismo, a algo más de dos horas de travesía en barco) se encuentra el archipiélago de las Islas Columbretes. Fue un antiguo refugio de pescadores, piratas y contrabandistas, lo que ha dado lugar a numerosas leyendas de aventuras y tesoros escondidos. Pero este enclave mediterráneo es, sobre todo, uno de los espacios naturales más mágicos de la Comunitat Valenciana.

La Reserva marina de las Islas Columbretes la componen, en realidad, una treintena de islas o islotes de origen volcánico que son una clara muestra de la gran actividad geológica que ha sufrido la zona durante muchos años y que se organizan en cuatro pequeños conjuntos insulares, cada uno de ellos bautizado con el nombre de la mayor de sus islas: Illa Grossa, la Ferrera, la Forada y el Carallot. Todas forman parte de los espacios naturales protegidos de la Comunitat Valenciana ya que reúnen en su entorno una enorme riqueza ecológica y paisajística.

Se puede llegar hasta aquí en embarcación privada, ya que la navegación es libre, o también desde los pequeños cruceros organizados que parten desde los puertos de Peñíscola, Oropesa del Mar y Castellón. Aunque el recorrido permitirá contemplar toda la belleza de este rincón mediterráneo, sólo será posible desembarcar en la Illa Grossa. La “Isla Grande” es la mayor de todas las Columbretes y su forma de herradura o de media luna es un vestigio de lo que fue hace varios millones de años: un cráter volcánico. Es, además, la única en la que está permitido poner el pie en tierra. Una vez arribados a la bahía de la Illa Grossa, se debe comunicar por radio con los guardas que la protegen para solicitar una visita guiada. No se puede desembarcar por libre, ni tampoco hacer reserva previa, así que se irá desembarcando por orden de llegada y el recorrido por tierra siempre será guiado por el personal adscrito a la Reserva Natural y Reserva Marina de las Islas Columbretes.

Entre curiosidades, leyendas y explicaciones que nos permitirán comprender el valor de estas islas, el paseo nos llevará desde las escaleras de Puerto Tofiño hasta el faro, que se construyó a mediados del siglo XIX en el punto más elevado de la isla, a 61 metros sobre el nivel del mar. Pasaremos también por el Centro de Visitantes donde hay una exposición referente a la historia humana y la pesca en el entorno de las Columbretes.

Lo que hacen tan especiales a estas islas es que su aislamiento las ha dotado de un característico y frágil ecosistema tanto en la tierra firme como en el fondo marino que las rodea. La flora y la fauna de las Columbretes son muy características, adaptadas a la dureza de un lugar árido, seco y a la vez bañado por el agua salada de las tempestades.

Aunque las legendarias serpientes y culebras que dieron origen al nombre del archipiélago (los romanos lo bautizaron como Colubraria, por la cantidad de ellas que encontraron) hace más de un siglo que desaparecieron, las lagartijas y los escorpiones aún tienen aquí su hábitat. Pero, sin duda, la fauna de las Islas Columbretes está dominada por las colonias de aves marinas como la gaviota de Audouin, la pardela centenaria, el halcón de Eleonor, el cormorán moñudo y el paiño común, todas ellas especies muy sensibles al impacto humano que encuentran en estos apartados roquedos, el lugar perfecto para anidar. En las proximidades de las islas también se pueden avistar delfines y barracudas.

Y sería imperdonable abandonar el archipiélago sin lanzarse al agua para disfrutar no sólo del placer del baño, sino del mayor tesoro de este lugar, que queda oculto a la vista. Porque si la Reserva Marina de las Columbretes abarca 5.543 hectáreas, sólo 19 de ellas están por encima de la superficie, el resto corresponde a las aguas transparentes, las abruptas paredes sumergidas, las oquedades y los fondos marinos que dan cobijo a un asombroso mundo subacuático sólo al alcance de quienes se atrevan con el snorkel o el submarinismo. Para estos está reservado el espectáculo de las colonias de meros, escasos ya en otros lugares, las poblaciones de nacras, langostas rojas, corvinas y morenas. Aunque tal vez lo que más llama la atención por su belleza son los corales rojos y las praderas de alga parda o Laminaria redriguezi, difícil de encontrar en otros puntos del Mediterráneo. Disfrutar de ese lujo de la naturaleza es un motivo más para viajar a la Comunitat Valenciana.