Hace poco se presentó en Alicante la Estrategia de Inteligencia Artificial de la Comunitat Valenciana, una serie de iniciativas, estructuras y políticas cuyo objetivo es ordenar el impacto del desarrollo tecnológico en la sociedad valenciana para que sea positivo. Se presenta como un impulso para la economía y una gran oportunidad para consolidar un nuevo modelo que mejore la calidad de vida de las personas. Se anuncia ya una ley de Desarrollo de la Sociedad Digital. Bienvenido sea todo intento de ordenar la revolución tecnológica que sufrimos.

Pero cuando se lee el documento, no se acaba de apreciar su visión ética ni su base humanista ni su carácter inclusivo. Textualmente nos dice: «al estar basado en algoritmos que no se ven afectados por subjetividades personales, las decisiones son más objetivas. También son más rápidas porque la capacidad de cómputo supera a la capacidad de inteligencia humana». Esta afirmación pone la carne de gallina. Si así fuera, ¿para qué queremos a los políticos?

PERO BIEN sabemos que los algoritmos no son neutros, están diseñados por personas y responden a determinados intereses, muchas veces ocultos y nada inclusivos. Tienen muchos sesgos. Ya hace tiempo que hemos aprendido que la inteligencia humana no se reduce al cálculo, es mucho más. Es solidaridad y justicia. Algo que los señores algoritmos no saben qué es. Si seguimos por este camino, al final la responsabilidad de las decisiones políticas, económicas y administrativas será de los algoritmos y no de quien los desarrolla. La visión ética debe estar antes, en el diseño de los mismos, no después, una vez el mal está hecho.

*Catedrático de Ética