El despertador de mi mujer no suena. Hoy dormimos un poquito más. Todavía no le toca turno en el hospital. Han cambiado la operativa y los sanitarios de Castellón van a hacer turnos de veinticuatro horas cada tres días. El covid-19 lo ha cambiado todo. Las noticias siguen siendo alarmantes. El virus avanza por España sin freno. Además, la falta de equipos de protección individual hace que muchos médicos, enfermeros y auxiliares se estén contagiando. La improvisación, mala planificación y, por qué no decirlo, negligencia de quienes debían haber previsto todo esto y tomado medidas pueden causar muchas víctimas. Las redes sociales están llenas de vídeos de sanitarios que se protegen con simples plásticos, mucho ingenio y hasta bolsas de basura. Y no son fake news, pese a lo que los palmeros del Gobierno quieren hacernos creer. Nos levantamos cuando oímos a los niños. Hace rato que están despiertos. Miran vídeos en sus tabletas y juegan a Brawl Stars. Para ellos casi todo es un juego. Los miro y recuerdo mi infancia, cuando mis preocupaciones eran bien distintas.

Desayunamos con cierta rapidez y nos ponemos con las tareas de la casa para, a renglón seguido, iniciar las clases. La página web Mestre a casa sigue sin funcionar. Llevamos varios días de reclusión y apenas ha funcionado bien un par de horas. Pero ya no me enfado. Me río. Solo me río. La incompetencia es una grave enfermedad que ha contagiado de lleno a quienes nos gobiernan. Siento más pena que otra cosa. Y las penas solo se curan cantando. Repasamos Inglés, Castellano, Valenciano, Matemáticas y Valores. El colegio nos ha mandado las tareas por mail. Menos mal. Los profesionales vuelven a dar lo mejor de sí mismos.

A la una me echo la siesta del borrego. Hoy ha vuelto a brillar el sol. Sueño con mentiras. Las que nos cuentan los ministros, consejeros, voceros de la postmodernidad y palmeros de los que mandan. Una mentira tras otra. Todo vale con tal de no dejar ver que han hecho lo que han hecho, que están haciendo lo que están haciendo. Relato contra realidad. La historia de este país. Me despierto sofocado. Enfadado. No hay derecho. A las 14.30 nos sentamos a comer. Hoy toca ensalada de arroz. Con carlota, pimiento, jamón cocido, maíz, lechuga en juliana y mayonesa. Adoro la mayonesa.

A media tarde chateo con el grupo de amigos de la infancia. Rocío ha leído mi crónica y está encantada. Se ha reído mucho, igual que Saúl, Miguel, Manuel, Juan, Pablo, Elena y Germán. Les ha gustado que cuente algunos entresijos de nuestra realidad. Igual que Iván, antiguo compañero de trabajo, que me wasapea para decirme que me lee a diario. O Vicenta, que me explica que estos días solo nos sigue a Eugeni Alemany y a mí. Pasamos la tarde chateando, viendo una película de Prime Video, navegando por Internet, leyendo y jugando a alguna que otra cosa, hasta que a las siete toca la sesión de abdominales. Sufro más que otros días. Se nota el cansancio. Mi tripa no está preparada para esto, aunque le doy toda la caña que puedo. Y mañana volveré a dársela. He hecho el firme propósito de mejor mi estado abdominal.

Cenamos algo rápido y vamos a dormir. Estamos cansados de estar cansados. Hastiados de estar hastiados. Esto es muy difícil de aguantar. No quiero imaginar el daño que este confinamiento estará haciendo a la salud mental del país. Este encierro se está volviendo muy duro para las personas que viven solas. Para no cambiar de costumbre, no he escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor