El sol de la mañana inunda mi habitación, orientada al este. Me despierto, remoloneo un poco y me levanto para preparar el desayuno. Mi mujer duerme. Los niños ya están viendo vídeos en Youtube. Caliento leche, preparo zumo, hago café y me siento en una de las sillas de la cocina. Es el día de la marmota. Soy como Bill Murray pero en versión de la Plana.

Las noticias son alarmantes. El covid-19 avanza por el mundo sin freno. China, Italia, Estados Unidos, España e Irán encabezan el Top5 del contagio. No somos nadie. En los diferentes programas de televisión no hablan de otra cosa. El virus. El virus. El maldito coronavirus.

Desayunamos de forma anárquica. Hoy no nos sentamos juntos, ni charlamos, ni nos damos muestras de cariño. Hay algo raro en el ambiente. Cada cual va a la suya. Bebo un gran vaso de zumo de naranja, en pie, junto al microondas, mientras mi mujer sorbe su café con leche. No estoy de buen humor. Ninguno lo estamos. Bajo a pasear a la perrita y compro el periódico. Santi, el quiosquero, también está de mal humor. Algo hay en el ambiente que no mola nada.

Cuando nos ponemos con los deberes de los niños, mi mujer se sienta con el pequeño para explicarle las lecciones de Castellano, Valenciano y Matemáticas. Yo me siento con el mayor y repasamos Matemáticas y Castellano. Mi hijo está incómodo. Hay muchos deberes. Demasiados. Se agobia. Le entiendo. Me enfado, pero me aguanto. No voy a soltar delante de él todo lo que pienso sobre lo que está pasando. Mi mujer, de repente, regresa de la cocina con una docena de tostadas con mermelada o mermelada y mantequilla. El cielo se ha abierto. Todos sonreímos. La vida sigue, porque somos nosotros quienes hemos de hacer que siga.

Hacia el medio día me llegan varios mensajes. Amigos y lectores de esta columna me felicitan pero también me piden que sea más duro. Que reparta más estopa hacia los gobernantes que desgobiernan este caos. Que critique sus asquerosas mentiras. La verdad es que no entiendo qué necesidad tienen nuestros gobernantes de mentirnos tanto. Me recuerda a otras épocas oscuras. La información se ha convertido en desinformación. El relato se impone sobre la realidad. Solo el monumental enfado ciudadano permite que no nos entierren en fake news. Leo el artículo que The Guardian le dedica a Pedro Sánchez y cómo se está gestionando la crisis en España. No puedo estar más de acuerdo. Tienen que venir los hijos de la pérfida Albión a cantarnos las verdades de barquero. Nuestros gobernantes han actuado tarde y mal. Y siguen actuando mal.

A las 14.30 nos sentamos a comer. Toca solomillito de cerdo con patatas y ensalada. ¡Cómo me gusta el rellomellet! Creo que es la carne que más me gusta. Más que el solomillo de ternera o el chuletón de buey. Que me perdonen los puristas.

Después de comer nos sentamos frente al televisor. Vemos las noticias y conectamos Netflix. Y así, como quien no quiere la cosa, pasamos la tarde entre series, libros, juegos y abdominales. Las malditas abdominales. Mi mujer se ríe viéndome sufrir. Mis hijos me humillan, en el buen sentido, haciendo los mismos ejercicios pero en menos tiempo, con más plasticidad y muchísima más elegancia. ¡No somos nada! Mi padre llama a esto la puta vellea. Y tiene razón. Hay que ver cómo cambian los cuerpos con el paso de los años.

Para no cambiar de costumbre, no he escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor