El despertador no suena. Nos despierta el sonido de la lluvia en la ventana. Me levanto y miro el bulevar. Me encanta mi barrio. Sí, mi barrio. Porque es mío. No es solo mío. Pero sí es mío. Desayunamos y nos ponemos con las tareas del hogar. Mi hijo mayor aspira el salón, mi mujer limpia los cuartos de baño, el pequeño la ayuda y yo, algo ensimismado, voy de un lado a otro sin saber muy bien qué hacer. Hasta que decido bajar a la perrita y comprar el pan y el periódico. Hacía tiempo que no llovía tan bien en la ciudad. La lluvia es constante y riega parques y jardines con orden y concierto. Sin causar destrozos. ¿Tendrá algo que ver el coronavirus con esto?

A las 10.00 nos ponemos con los deberes. La web Mestre a casa funciona. ¡Milagro! ¡Alabado sea el Señor! ¡Oremos! Ah, no, perdón, que el Govern de la Generalitat es ateo. Y para una vez que hacen algo bien… Mañana la web cascará otra vez, estoy seguro. Sentado junto a mis hijos me maravilla lo mayores que se han hecho. El tiempo pasa, despacito, pero pasa. Manejan el transportador, la escuadra y el cartabón con la soltura de un aparejador. Recuerdo cuando veían Cantajuegos y Pocoyo y apenas si sabían leer o escribir, y me viene a la mente esta canción: «Reloj no marques las horas, porque voy a enloquecer, ella (ellos) se irá para siempre, cuando amanezca otra vez (cuando les toque volar del nido). Reloj detén tu camino, porque mi vida se apaga, ella (ellos) es la estrella que alumbra mi ser, yo sin su amor no soy nada».

Le leo el párrafo anterior a mi mujer y me mira entornando los ojos. Tal vez le haya gustado o tal vez no y se haya sentido celosa. No se lo pregunto. Cuando lea esta columna en el diario sabré si es lo uno o lo otro. Sobre las 12.00 preparo dos cortados. Me paso con el café y creo dos bombas negras de fusión estomacal. Menos mal que ella llega a tiempo de echarles algo más de leche. Aun así, en cinco minutos tendremos que visitar al señor Roca. A la hora de comer dejamos a los niños leyendo mientras preparo un arrocito a la cubana y reflexiono sobre lo mucho que gusta el arroz en esta casa. A la cubana, paella, caldoso, al horno, de verduras, de pescado, de carne… ¡Somos arroceros!

Por la tarde vemos el telediario, vemos una película, leemos algo y jugamos al Inkognito de MB, el mejor juego de mesa que se ha inventado, con permiso del Risk. Los chavales lo flipan un poco. Las reglas son complejas, pero las fichas y el tablero son de tal belleza que insisten en dominar el juego para no perder la experiencia. La partida es algo caótica. Cada dos por tres hemos de matizarles esto o aquello, pero salimos adelante. La próxima será mejor.

Hacemos algo de deporte y sufrimos, como cada día a las 19.00. Abdominales, flexiones, sentadillas, estiramientos… He de reconocer que me está yendo bien. Cuando era libre de andar por ahí, daba grandes paseos con mi perrita y mi amigo Manuel. Y dos veces por semana acudía a la piscina provincial a nadar y estirar. Pero la zona abdominal no la he trabajado casi nunca. Esta sesión de ejercicios en casa me está sentando de puta madre. Para cenar preparamos una gigantesca ensalada, con su endivia, lechuga tomate, palmitos, maíz, queso fresco y carlota. La aliñamos con aceite virgen extra y vinagre de Módena. A los niños les horroriza y acaban tomando un vaso de leche con magdalenas. Mi mujer y yo la disfrutamos como nunca. Ha pasado otro día en el que no he escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor