Según las últimas estadísticas de la Generalitat, que por otro lado pueden cambiar en cualquier momento, hay 13 localidades de Castellón a las que todavía no ha llegado el virus: Almedíjar, Arañuel, Argelita, Castell de Cabres, Espadilla, Herbés, la Serratella, Palanques, Ludiente, Sacañet, Torralba del Pinar, Vallibona y Zorita. Pero en lo que se refiere a las restricciones, tienen las mismas que cualquier otro municipio en el que la afección esté disparada.

Es por ello que los bares, un punto de encuentro para los vecinos de estas localidades de interior --la mayoría de ellas en peligro de despoblación o ya casi despobladas--, tienen que permanecer igualmente cerrados. Sin los pocos parroquianos de siempre y sin turismo, ni posibilidad de establecer servicios de recogida o de repartos a domicilio, como hacen otros establecimientos de la capital o de localidades más habitadas, solo queda esperar a que la tormenta amaine.

Los testimonios

BAR LA ESPIGA (CASTELL DE CABRES)

José Ramón Segura es uno de los pocos hosteleros que no se manifiesta contrario al cierre de los locales, apelando a un bien mayor: la salud de las personas en pueblos con gente muy mayor. «Nos han vendido la sensación de que por ser un municipio muy pequeño, aquí no va a llegarel virus. Pero yo atiendo a gente de fuera que nos lo puede traer. Es lo que hay», manifiesta el propietario del único bar de Castell de Cabres, con 17 habitantes censados. Durante la semana tiene muy pocos clientes, no así los fines de semana, cuando llenaba el local: «Viene gente de la provincia, de Valencia, de Zaragoza... y pueden estar infectados». «Nadie quiere esta situación, pero es la que existe ahora», finaliza el hostelero, preocupado pero comprensivo con el cierre.

BAR SAGANTA (ESPADILLA)

Victoria Aznar y Domingo Silvestre regentan el bar Saganta de Espadilla, una referencia en la localidad desde hace 40 años. En noviembre, quizás adivinando lo que estaba por venir, echaron el cierre. Una decisión en la que pesaron los inconvenientes que causaban las restricciones y, también, la responsabilidad. «Antepusieron la salud al negocio; no querían que fuera un foco para el virus, porque por aquí pasa mucha gente de fuera. A lo mejor si no hay contagios es porque mis padres decidieron cerrar», explica Claudia, la hija de ambos. Antes de noviembre, «trabajamos muy bien, siempre respetando todas las medidas de seguridad, pero en verano es más fácil porque hay una terraza muy grande». Con el cierre toca esperar, y seguir pagando religiosamente impuestos y demás. «Quiero pensar que hemos cuidado la salud de muchos», manifiesta la joven, orgullosa de la decisión de sus padres.

BAR CAFETERÍA DE TORRALBA DEL PINAR

En Torralba del Pinar viven ahora unas 14 personas. Y el lugar donde hacen vida social es el bar-cafetería que regenta Esperanza Gargallo. Su cierre agudiza un poco más la soledad en este municipio del Alto Mijares. «Vivo en el mismo edificio, por lo que no pago alquiler. Esa es la suerte que tengo, porque si no no podría aguantar», explica. Su rutina durante la semana antes de que estallara la pandemia del coronavirus era muy tranquila, atender a los cinco o seis clientes de siempre «que vienen a almorzar y por la tarde a tomarse una cerveza». Del viernes al domingo, sin embargo, por el local pasa «mucha gente», sobre todo excursionistas que disfrutan de la naturaleza del entorno. «Yo creo que lo de cerrar lo tendrían que haber hecho antes, así no hubiera pasado lo que ha pasado», indica. Hasta que la situación vuelva a la normalidad, se lo toma con calma y resignación.

HOSTAL RESTAURANTE BERGANTES DE ZORITA

La propietaria del hostal-restaurante Bergantes de Zorita vive una situación aún más enrevesada. No puede ofrecer servicio de bar, pero puede tener abierto el de alojamiento, «por lo que no puedo optar a las ayudas». «Es muy injusto», señala la venezolana Cecilia Reti, que tiene «dos niñas que mantener sin ingresos». Y es que, obviamente, no puede vivir con el rendimiento que saca al hostal, menos en época de pandemia: «No es precisamente un hotel de cinco estrellas. Aquí suelen alojarse personas que hacen el camino de Santiago, los que vienen a fiestas del pueblo, por Nochevieja o algún obrero. Ahora, ¿quién va a venir a Zorita?». «Y yo mientras tengo que seguir pagando electricidad, cuota de autónomos, al gestor e impuestos. Si al menos dejaran abrir un par de horas para los almuerzos... Lo peor es que la gente se va a seguir reuniendo en sus casas», manifiesta.

BAR RESTAURANTE ALMEDÍJAR

Cuando abrió el local en enero del 2020, Daniel Constantin no imaginaba la que le venía encima. Ahora, con el cierre, aprovecha para acondicionar el local cara a volverlo a abrir. «A lo mejor viendo la evolución de la pandemia en las próximas semanas, se dan cuenta de que la hostelería no es el factor principal de contagios». Su local es un «punto de encuentro» para la gente de Almedíjar. Durante estos últimos meses, ha sido muy «pesado» con el cumplimiento de los protocolos de seguridad. «Soy diabético, por lo que tengo que cuidarme el doble. Algún cliente sí que me ha llamado exagerado, pero había que ser estricto», explica. «Es un poco injusto todo esto. Ahora está saliendo todo lo que han provocado las reuniones de la Navidad», señala el hostelero.