Bien sé que un reportaje nunca se escribe en primera persona, ni una noticia, ni una crónica, pero es que este texto, teniendo factores de las tres formas, no es ni una noticia, ni un reportaje, ni una crónica, ni tampoco un obituario al uso. Escribo desde el sentimiento, al dictado del pálpito irregular y compungido de la víscera cardiaca. Una víscera que el personaje a quien dedico estas líneas, conocía muy bien, por su profesión de médico, pero también por su profunda humanidad, su entrega, su generosidad desprendida y su simpatía desbordante. Sixto Barberá fue médico, pero médico no solo de los que atesoraban una sólida formación y una dilatada experiencia, sino también un trato considerado, afable y animoso con los pacientes. 

Entrar en su consulta preocupado y cabizbajo, era el preludio para salir de ella animoso. Tenía una gracia especial para quitarle importancia a la dolencia y animar al paciente. Su perpetua sonrisa, sus ocurrencias chanceras, su conversación generosa y su trato siempre cordial, obraban el milagro de relativizar la dolencia del enfermo. Pero ese médico que hizo suya la frase de Hipócrates: «Cura a veces, trata con frecuencia, consuela siempre» no solo fue un destacado profesional de la medicina de familia. También fue un modelo de gestión que supo llevar al éxito a Asisa, la compañía de seguros sanitarios de la que fue su delegado. 

Era médico de convicción que se supo aplicar sus propias recetas y ello con su misma enfermedad, que duró años, hasta que emprendió el último viaje. Bien enfermo, nos acompañaba con un ánimo inconcebible para su estado, con sus propuestas, siempre atinadas, en el Patronato de la Fundación Moros d’Alqueria. Sixto era la personificación de la gestión activa, de la eficacia emprendedora, de la transformación innovadora. Porque el mundo de la fiesta le debe un reconocido homenaje a un hombre que lo fue todo en ella y para ella. Quiso hacer fiesta, con la tradición cargada a la espalda, porque tenía muy claro que la fiesta era cultura y la cultura era la esencia de su pueblo. De su Castelló, al que amaba como el más ferviente enamorado.

Y como el movimiento se demuestra andando, fue a su mujer y a sus hijos, a los que adoraba, a quienes inoculó ese fervor por cuanto significaba la costumbre más singular de su pueblo. A sus hijos y a sus amigos, porque a ninguno de ellos le negó nunca estar a su lado, arremangándose para emprender cuanto fuera preciso. 

Imagen de archivo de Barberá durante las fiestas.

Lo fue todo en la renovación de las fiestas. Comenzó trabajando a la vera de Sebastián Pla, que presidió la renovadora junta que dio el actualizado talante que hoy tiene la semana magdalenera. Sin mirar nunca el reloj a la hora de ponerse al tajo, Sixto aportó muchas de las ideas que aún hoy son manifestaciones de lo más significativo del calendario que circunscribe la música del «Rotllo i canya» --¡con qué devoción lo escuchaba!.--. Tal vez por ello fue uno de los gestores de nombrar a Paco Signes y a Alejandro García, Moros de l’Any, para compensar y reconocer, su abnegada labor en pro de la música local. 

Actividad incesante

Y si entramos en el impulso de una de las asociaciones más brillantes de la fiesta, bueno será recordar su actividad incesante. Moros d’Alqueria fue, más que colla, hermandad. Un grupo que tanto y tan bueno ha aportado no solo al panorama festero local, si no a la internacionalización del nombre de Castelló por todo el mundo, con sus desfiles por Europa y América, que propiciaron el compadreo afectuoso que llevó a la constitución del Festival Internacional de Música de Festa. Un certamen felizmente vivo y en pujante lozanía, como se deriva de la multitudinaria asistencia de público en sus conciertos, en sus Intersolfas y en los desfiles de animación.

Pero nada de esto fue improvisado. El personaje de genio alegre (la frase es de los Quintero) como ya se ha significado, era un organizador nato, prudente, circunspecto y ocurrente. Dígalo su muy activa participación en los dos primeros congresos magdaleneros, el segundo de los cuales se lo cargó materialmente a sus espaldas. De estas asambleas surgió el espíritu del «aggiornamento» de los festejos y su toma de la calle en una sensación de progreso, libertad e integración de las gentes en el espacio de todos. 

No puedo olvidar su bienio presidencial de la Junta de Festes, que coincidió con la celebración de la cincuenta edición de la cabalgata del Pregó. Fue una satisfacción y un honor que me eligiera para cantar los versos de Bernat Artola. Su junta fue una junta eficaz de ilusionados y competentes próceres que compitieron en entusiasmo y eficacia, por qué las fiestas lo fueran, de verdad, «de noms i de fets».

Y toda esta labor, sin recibir nada a cambio. Todo hecho por puro altruismo. Bueno, no; sí recibió algo a cambio y no poco importante: el generar muchas, muchísimas amistades que hoy deploran su ausencia. 

Se dice que uno no muere hasta que no se borra su recuerdo. Sixto, en ese sentido, tiene ganada la memoria perpetua de su pueblo. Siempre que suene una marcha mora o el pasodoble rey de las fiestas de Pepito García habrá alguien que, en oyendo esas músicas, evoque su sonrisa alegre y su hombría de bien.