Pasadas unas semanas desde el descenso a la tercera división ordinal del fútbol español -lo de la Primera Federación sólo puede leerse como un ridículo e insolvente eufemismo-- me planteaba, en mi regreso a este subjetivo rincón de mis desahogos, analizar aquel triste recuerdo, incidiendo en que es mayor la culpabilidad de Jordi Bruixola por fichar a Juan Carlos Garrido que la de éste por deshacer nuestro vestuario y, con ello, pergeñar el fracaso clasificatorio. Pero voy a dejar esa lectura para la historia, porque Jesús Nomdedéu cree que puede ser contraproducente para mi recortado colon y las prescripciones médicas devienen cruda amenaza para quienes agradecemos su, por otra parte, preciso bisturí; Luis Babiloni, más por amigo que por abogado, tampoco lo considera conveniente ante el latente riesgo de que una opinión excesivamente vehemente se convierta en un peligroso bumerang contra mi integridad penal; finalmente, José Luis advierte que aquella decepción ya duerme tan somatizada en el colectivo que no merece tanto espacio -prometo ceñirme al habitual en adelante-- y que la afición gusta de ilusionarse con el futuro más que de amargarse con tan frustrante pasado; y es el jefe, no digo más.

Valga, pues, esta nada subliminal introducción, no como terapia justificadora, si no como necesidad argumental desde mi ya alejada última soflama e hilo conductor hacia la presente. Y en ella me aplico de manera cronológica para poner en valor el regalo del abono a quienes no pudieron disfrutar del mismo por mor de las restricciones sanitarias durante la temporada anterior. No existía obligación legal, y menos cuando serán acuciantes las necesidades económicas en esta bastarda categoría preñada de grandes clubes venidos a menos, demasiados filiales --¿para cuándo una liga paralela con los segundos equipos que no desvirtúe la competición principal?- y la flagelación con esa falsa prerrogativa que nos fustiga siempre como favoritos. Empero, dicha medida revela un grado de compromiso con la afición y, dado el mismo, mi agradecimiento perenne.

Apuesta de Pablo

Más que un guiño a la grada interpreto también como una apuesta de insondables dimensiones el fichaje de Pablo Hernández, sobre todo por parte del jugador, orillando superiores ofertas económicas y deportivas, pero sin ninguna duda mi reconocimiento a club y futbolista debe figurar por encima de cualquier otra consideración.  

Cabe reconocer que los gestos se han adueñado de la comunicación. Verbigracia, la épica de los discursos de Churchill durante la guerra, el tono y los matices por encima incluso del contenido. Algunos estudios psicológicos cifran esa suerte de simbolismo en un 55% del mensaje entre el emisor y el receptor, que nos decía Paco Mariscal en sus clases. Un gesto político fueron los indultos a los presos del procés o los relevos ministeriales, que quieren decirnos más de lo que en realidad van a ser. El postureo por encima del resultado, aunque muchas veces la transmisión descubra aristas inconscientes, y con ello revele falsedades que algunos nos empeñamos en afear.

Cuando se abrió no ha mucho la vista que cifra en más de seis millones el expolio sufrido por el CD Castellón, atendiendo la demanda de Sentimiento Albinegro, sorprendió hasta al mismo juez que el club no se sumara a la denuncia, aunque solo fuera simulando una alegoría sobre la unidad contra los sinvergüenzas que nos saquearon y llevaron al descenso administrativo. Ahora, cuando otra sentencia ha devuelto las acciones de David Cruz al grupo de Osuna por incumplimiento del contrato de compraventa, recuerdo que tampoco se secundó la demanda de los accionistas minoritarios contra el primero y hasta se insiste en que las ampliaciones de capital posteriores ya han dejado sin valor aquella transacción, obviando arteramente que se aprobaron con una mayoría de la que en puridad carecía el actual consejo. 

No pienso pedir perdón por la inmodestia de citar mi artículo de marzo, cuando colegí que el gran beneficiado de la sentencia contra Cruz debiera ser Montesinos , en tanto que aliviado de los compromisos contraídos con este, ergo de la implícita y escondida cláusula que le impedía facilitar la investigación judicial. Barrunto si las menciones a un posible fraude de ley o mala fe que rezuman el auto hubieran podido evitarse con el simple gesto de sumarse a la querella de Sentimiento que, recuerdo, tiene embargadas esas acciones en discordia y a quien algo debiera agradecerle el club, siquiera abandonando el mohín que siempre le dispensó. 

Ya sé que mi médico recomienda no alterar mi tránsito intestinal, tampoco mi abogado está por la labor de abrir causas morales y mi jefe prefiere que hable de fichajes. Pero yo también necesitaba empezar el curso con un gesto hacia mi exigente conciencia y demostrar a esa afición despreciada por crítica que seguiré opinando sin miedos ni hipotecas, y la obscena omisión de acciones legales del club contra Osuna, Cruz y sus secuaces huele a un pacto inmoral. Ojalá el regreso de la competición disipe tan insoportable hedor.