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OPINIÓN

Las cuarenta de Pepe Beltrán | Más ruido que nueces

Imagen del palco de Castalia en el encuentro contra el Barcelona B.

Cada vez que, casi de casualidad, me encuentro con una película interesante en la tele --las más de las veces reposiciones antiguas--, y con una precisión suiza, la publicidad interrumpe de bruces la línea argumental de la historia. Algunas cadenas incluso se regodean advirtiendo que restablecerán su emisión en siete minutos o más, otras ni eso. No son pocas las ocasiones que uno se amodorra, o ya ni recuerda de qué iba el programa suspendido violentamente cuando se lo devuelven. Tanto es así que no ha faltado quien, girando la oración por pasiva, sentencia que son las películas las que rompen el curso normal de la propaganda, por lo demás estereotipada, machista y ridícula a más no poder.

Pero ya no es solo eso. Seguro que todos habrán sufrido un aumento desorbitado del volumen de voz de sus aparatos cuando llega ese insípido carrusel de anuncios. Otra añagaza para captar nuestra atención. La legislación española obliga a que el nivel sonoro de los mensajes publicitarios no sea superior al nivel medio del programa anterior y, si no se cumple, la sanción puede llegar al medio millón de euros. Ni por esas. Entonces, buscamos el mando a distancia para acabar con las estridencias sonoras y, fatal coincidencia, lo hallamos aparcado en el otro extremo del sofá. Descolocados, a toda prisa, truncada nuestra comodidad y entre exabruptos, condenamos esa invasión de nuestro estatus doméstico hasta cristalizar un efecto refractario sobre el producto con el que pretendían atraer nuestro insaciable consumismo. 

Barrunto si el discurso de los arbitrajes tendenciosos, el infortunio cara a gol o el no menos plañidero de la ausencia de apoyos a la gestión del club no van dirigidos a rellenar ese espacio vital entre partidos y entre ejercicios presupuestarios. Un recurso goebbeliano, si se me permite la doble extrapolación: la de la publicidad chirriante y la de la mentira repetida.

Si se organizara el juego del equipo en torno a Pablo Hernández, como en el partido contra el Barça B, podría parecer fruto de una planificación deportiva pese a otros errores tácticos o la necesidad de refuerzos. Como también, si se cubriera la ampliación de capital convocada en vez de esperar a que los demás lo hagan por ti, adivinaríamos la hoja de ruta de un proyecto, siquiera con la meta final de la venta de la SAD. Todo lo demás suena a excusa. Puro ruido, y molesta. Las agencias del ramo, como los administradores del club, no son conscientes de que se alejan en exceso del motivo original de su trabajo. Valga que compartimos sueños y objetivos, pero su ego no les permitirá aceptar el fracaso de su estrategia. 

El Centenario

Con ocasión de una entrevista con el presidente de la Diputación se anunciaba el lunes la presentación del himno del centenario del CD Castellón, una feliz iniciativa que abrirá los actos conmemorativos del aniversario y que no tiene por qué suponer la renuncia del icónico e insustituible Pam, Pam, Orellut. Sería imperdonable. La efeméride deviene la coyuntura ideal para lucir nuestro orgullo tribal, difundir el legado de nuestros antepasados y favorecer la unión del albinegrismo en pos de un glorioso mañana. 

Un futuro que amenazaron unos presuntos delincuentes, primero, y otros presuntos patriotas metidos a políticos, después. El centenario del que esos malditos nos hubieran privado me parece idóneo para mantener viva esa afrenta sufrida, aunque el actual consejo parece más partidario del olvido que de la justicia. 

También me sugiere una oportunidad única para preservar la memoria de aquellos que han alimentado nuestra historia. El sábado pasado tocaba guardar un minuto de silencio en Castalia por el fallecimiento de Antonio Molina, el jugador más antiguo del club en ese momento; como hace quince días con el exsecretario general del club, Valeriano Barberá. Errores fatales que no se salvan con un somero e impostado repaso a final de temporada. Sigue habiendo más ruido que nueces. 

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