El Club Deportivo Castellón había iniciado la temporada 71/72 con la emisión de bonos para financiar la construcción de un nuevo campo --que más adelante tuvo que devolver-- y la organización del cincuenta aniversario de su fundación. El presupuesto rozaba los 20 millones de pesetas (120.000 euros de hoy) y la trayectoria deportiva diluía las fuertes críticas, con cartas de socios en el periódico Mediterráneo, en contra de los precios de los abonos: protectores, 10.000 mil pesetas (60 euros); palcos, 4.500; tribuna central, 3.500; tribuna lateral, 3.000; preferencia, 2.500; torre, 1.600; general, 1.200; niños, 500. Cabe recordar que, por aquel entonces, el coche más vendido era el Seat 850 especial, por 110.000 pesetas, apenas 700 €.

El equipo alcanzó el liderato en la quinta jornada, que conservó hasta la vigésimo octava. Pero cuatro derrotas y un empate le habían relegado a la cuarta posición y le dejaban fuera de las tres plazas de ascenso directo a Primera División cuando la competición llegaba a su conclusión, situación agravada por la inoportuna lesión del meta Araquistain, fichado ese año del Elche, aunque Mendieta defendió la portería con éxito los últimos siete encuentros. 

Real Oviedo, Real Zaragoza y Elche se situaban por encima en la clasificación, y se antojaba decisivo ganar a los ilicitanos en Castalia a falta de dos jornadas. Pero no pudo ser. Leandro fallaba solo ante el portero en el último minuto, recibiendo incluso el desprecio en antena, en forma de un desafortunado comentario --«pedazo de fiambre» le llamó-- del popular locutor deportivo Chencho, aunque luego le pediría perdón. Aquel empate a cero reducía considerablemente las opciones albinegras. Juanito Planelles, cedido por el Real Madrid ese año y auténtica alma del equipo pese a su juventud, ya prometió a compañeros y entrenador que lideraría la victoria en Santander. Así fue y, lesionado Clares, asumió la responsabilidad del nueve y marcó el gol del triunfo que permitió al equipo recuperar chance, hasta el extremo de jugarse sus opciones en la última jornada coincidiendo con enfrentamientos entre sí del resto de candidatos. Llegado el momento, el Zaragoza daba buena cuenta del Elche, mientras el Castellón lo fiaba todo a su cita contra el Mallorca.

El uno de junio de 1972 Castalia estaba abarrotado dos horas antes de la cita. Incluso las pistas de atletismo que rodeaban el terreno de juego estaban ocupadas por aficionados que se habían desplazado desde toda la provincia. A última hora se abrieron las puertas del estadio para favorecer el acceso libre, hasta el extremo de que algunas crónicas de la época cifraban el número de espectadores en 18.000.

El «favor» arbitral

El presidente, Emilio Fabregat, que no daba puntada sin hilo, había remodelado el verano anterior la junta directiva para dotarla de una mayor representatividad social. Así, incluía como vocal a Gabriel Solé Villalonga, subcomisario del Plan de Desarrollo, Procurador en Cortes y notario, quien a lo largo de una dilatada carrera publicaría diversos libros sobre economía y fiscalidad, y cuenta hoy con una calle a su nombre en Alcalà. Este conocido preboste del régimen fue conminado por Fabregat antes de aquel decisivo partido contra el Mallorca para que ejerciera su influencia política sobre el colegiado Carreira Abad y, mientras paseaban por los aledaños de los vestuarios, le empujaba literalmente al interior del camerino arbitral para encerrarlos juntos. Días antes, el presidente ya había exigido al gerente Quinocho idéntica gestión, aprovechando que éste era gallego como el trencilla, pero hizo oídos sordos sabedor del fuerte carácter de Fabregat y de la manifiesta irregularidad que le pedía.

El ascenso

El partido estuvo marcado por los nervios y, sobre todo, por los problemas físicos de los locales. El máximo goleador del equipo, Manolo Clares, tuvo que jugar lesionado; y la estrella, Planelles, había sufrido el día antes la extirpación de la uña del pulgar del pie derecho. El entrenador, Lucien Muller, desesperaba en la búsqueda de soluciones, que, una vez más, le brindaría el propio Planelles, pidiendo situarse como delantero centro, porque si no podía chutar, siempre podría marcar de cabeza (sic). Dicho y hecho, corría el minuto 53 y un centro largo del capitán Luis Cela era cabeceado por el joven burrianense de manera poco ortodoxa, medio de espaldas a la portería y en postura acrobática, elevando el balón por encima del portero visitante, que había realizado una salida en falso. 

Tanta tensión acumulada desembocaba en una invasión de campo por parte de la apasionada afición albinegra. Cuando se reanudó el juego, ya en el minuto 67, el extremo Tonín servía un córner desde la izquierda de la portería balear, lo hacía muy cerrado, sorprendiendo al guardameta, que acababa acompañando el cuero hasta el fondo de las mallas. Fue el clímax, que ya se desató por completo cuando el colegiado señalaba la conclusión del encuentro. El Castellón alcanzaba la Primera División en el 50 aniversario de su fundación, con 50 puntos sumados y 50 goles a favor.

El presidente no podía ocultar su satisfacción y se fundía en un emotivo y lacrimoso abrazo en el palco con Gabriel Solé. Muchos años después, éste confesó que no se atrevió a reclamar el favor del árbitro en la soledad de su vestuario. Ambos se habían quedado mirándose a los ojos en un ridículo diálogo que rompió el directivo con una banalidad: «¿Le gusta mi corbata? Fue un obsequio de Samaranch», le planteó con no poca vergüenza; Carreira le dio su felicitación por el regalo y la cita apenas dio para llenar este párrafo. Pero, ciertamente, el acta arbitral nunca reflejó la invasión del terreno de juego tras los goles y al término del partido. Un olvido tampoco parece que fuera.

El Oviedo se proclamó campeón, ascendiendo con él los albinegros y el Zaragoza como tercer clasificado. Quedaba fuera el Elche, que con tanta mofa había celebrado su empate en Castalia con la famosa pancarta: «Antes subirá el burro a la palmera que el Castellón a Primera». Tampoco se conformó después y, sin aportar prueba alguna, el Elche denunció que en la última jornada del campeonato había sido víctima de las primas a terceros. Nunca se pudo demostrar, y no resultaba lógico hacerlo en la medida en que el Zaragoza también necesitaba esa victoria y, en todo caso, la prima por ganar no se consideraba ni antideportiva, y por tanto ilícita, ni que alterara la competición.

Celebraciones

Ya al final de la tarde, la plantilla, cuerpo técnico y directiva recibieron el reconocimiento de la afición en el balcón del ayuntamiento en la Plaça Major, aunque con la ausencia del ídolo Planelles que se declaraba extenuado y descansaba en Burriana. De aquel día guarda memoria otra pancarta tristemente redactada: «El Castellón ha Primera División».

Días después, los jugadores recibieron la medalla de oro de la diputación y el club les agasajó en una comida en el Club Náutico. Pero el mejor colofón fue el emparejamiento copero contra el Barcelona, con una gran recaudación y empate a cero en Castalia, y eliminación en el Nou Camp (2-1) bajo un fuerte aguacero. Al término del partido, el secretario técnico blaugrana, Rodri, puso a disposición de Planelles un talón con 5 millones de pesetas para que comprara su baja al Madrid y evitarse el enfrentamiento directo entre clubes. El burrianense lo rechazó porque había dado su palabra a Santiago Bernabeu y siguió cedido otro año en el Castellón, para completar luego la temporada más brillante y recordada de la historia del club.