CD Castellón | Opinión

A veces lo arriesgado es quedarse quieto

Los movimientos de Voulgaris buscan siempre la anticipación y el éxito a largo plazo, aunque algunas decisiones puedan parecer impopulares al primer vistazo

Bob Voulgaris, en las instalaciones de entrenamiento.

Bob Voulgaris, en las instalaciones de entrenamiento. / Gabriel Utiel

Enrique Ballester

Enrique Ballester

Castellón

Algunos sabréis que tiendo a vincular mis peripecias vitales a las andanzas de mi equipo. No tengo pruebas, pero tampoco dudas, de que la gripe que me ha atacado una semana, y que me tiene aquí y ahora escribiendo en batín y en la cama -ni tan mal-, se originó el domingo aquel, justo cuando el Castellón recibió el gol de la derrota en la última jugada.

El 1-2 fatal y definitivo del Córdoba destiló un aire premonitorio que se confirmó con la posterior destitución del entrenador, a la mañana siguiente. El lunes no fue el mejor día del año, pero no pasa nada. Es algo que podemos tener presente los aficionados de equipos como el nuestro: por mucho que pueda afectarnos algo que ocurra, siempre hemos vivido con anterioridad algo mucho peor. 

Disponemos de ese consuelo reparador. En 2013, por ejemplo, echaron a un entrenador un sábado por la mañana. Yo acababa de llegar a casa en un estado etílico a buen seguro lamentable, había puesto el teléfono a cargar en la mesilla y una décima de segundo después de apoyar la cabeza en la almohada sonó el aviso del mensaje. Estuve a punto de girarme, dormir y no hacer caso, porque en teoría no trabajaba hasta la tarde y no esperaba proposiciones de nadie, pero me invadió un súbito sentimiento de responsabilidad. 

El clásico ‘por si acaso’ me empujó a reunir fuerzas, abrir los ojos y leer el mensaje, y entonces me enteré del percal. El mensaje me avisaba de lo que en breve iba a pasar, así que encima tuve que dar las gracias. Evidentemente, salí de la cama, pasé por la ducha y luego por el estadio y pensé de qué otra manera me podía joder la vida el Club Deportivo Castellón. 

Un sábado por la mañana. ¿Quién destituye a un entrenador en la previa de un partido, un sábado por la mañana? ¿Quién no me deja dormir? Un psicópata. Si sobreviví a aquello, y encima en Tercera División, esto de ahora no es nada.

Lo de ahora

Esto de ahora, además y en realidad, no es nada. Me gustaría lograr explicarlo, aunque quizá sea difícil tan pronto, y tras la derrota en Oviedo, pero para eso me pagan.

Aquí hemos crecido todos interiorizando como verdades absolutas muchos clichés propios del fútbol. Hemos asumido certezas que quizá no lo sean. De hecho, este punto me parece uno de los más fascinantes de la manera de funcionar del club desde que llegó Haralabos Voulgaris. Debemos desaprender para aprender de veras. Solo con la mente abierta, y sin prejuicios, conseguiremos entender muchas de las cosas que han pasado y que pasarán en esta casa, ojalá que durante muchos años.

Un típico dirigente del fútbol no hubiera despedido a su entrenador, en su primera campaña en la categoría, y con ocho puntos de margen respecto al descenso. Un típico dirigente del fútbol se hubiera quedado quieto, sin arriesgar, a la espera. Pero Bob Voulgaris no es un típico dirigente del fútbol. Voulgaris ha llegado al fútbol rompiendo la esfera y ejerce un liderazgo diferente. Intervencionista, Voulgaris es de los que piensa que a veces lo arriesgado es precisamente quedarse quieto. Sobre todo, si estás convencido de que actuar es lo correcto.

Una doble máxima

Voulgaris podría estar en cualquier lugar del mundo ganando dinero en cualquier otra cosa, pero ha elegido Castellón, por lo que sea, para llevar a la práctica una pasión. Invirtiendo y respetando el significado que concede a la palabra proyecto. En un ecosistema tendente a lo inmediato, sus movimientos buscan siempre anticiparse al futuro y lograr el éxito a largo plazo. Y esa doble máxima vale lo mismo para dibujar el plan financiero de la entidad, para invertir en una ciudad deportiva o para buscar un renovado impulso competitivo cambiando al entrenador al mando, aunque la decisión pueda ser impopular al primer vistazo.

Se puede estar de acuerdo o no, pero nos ha tocado Bob. Y a estas alturas convendremos que difícilmente podría habernos tocado algo mejor.

Todo ello, por supuesto, no es incompatible con el agradecimiento a Dick Schreuder, que nos regaló partidos inolvidables y convirtió el SkyFi Castalia en el lugar más excitante de la ciudad. Yo no he conocido en el Castellón a un entrenador mejor.

Pero Bob nos lo trajo y Bob nos lo quita, y asume las consecuencias. Y conviene recordar que en muchos casos, asidos a los famosos clichés, los mismos que ahora lamentan el adiós de Schreuder arquearon una ceja con su contratación. Porque no conocía el país. Porque no se podía jugar así en Primera Federación. Porque no hablaba español. Porque no sabía del fútbol de aquí. Porque bla, bla, bla. Y luego se vio que Voulgaris tenía razón.

Son de nuevo semanas de cejas arqueadas, pero Bob, como mínimo, se ha ganado el beneficio de la duda y el derecho a elegir a su entrenador ahora.

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