A ver con qué me enfado hoy

Cuando envejeces, las orejas siguen creciendo y cada día debes enfadarte por algo. El fútbol ayuda a lograrlo.

Joseba Etxeberria, durante el Castellón-Eibar.

Joseba Etxeberria, durante el Castellón-Eibar. / Gabriel Utiel

Enrique Ballester

Enrique Ballester

Castellón

Es fascinante comprobar cómo, a medida que envejecemos, aumenta nuestra capacidad para que nos moleste cualquier cosa.

La semana pasada destituyeron a Joseba Etxeberria, el ya exentrenador del Eibar, después de perder contra el Castellón. No me hizo ninguna gracia. Lo consideré casi una falta de respeto. El tío llevaba unos cuantos partidos sin ganar, pero no lo echaron hasta que perdió contra el Castellón. Todo era asumible en el Eibar, todo se lo perdonaron al entrenador durante la crisis, hasta que perdió contra el Castellón, y eso ya sí que no. Eso les pareció intolerable, irreversible y tocar fondo, la gota que colmó el vaso. Perder contra el Castellón era lo más bajo y requería una intervención urgente de la directiva. Qué manera más sutil de insultarnos.

No me gustó, y no es la primera vez que pasa. Cuando envejeces, las orejas siguen creciendo y cada día debes enfadarte por algo. Es verdad que quizá a veces la situación no alcance la altura del enfado. Podríamos hablar de molestia del ánimo. Al Betis ahora ha llegado el brasileño Antony, el del Manchester United. Si lo habéis visto jugar, sabréis que no existe una persona en el mundo a la que le pegue más llamarse Anthony, con hache. Pero Antony el del Betis es Antony sin hache. Me parece increíble que no lleve hache. Me molesta esto. No lo suficiente para iniciar una revuelta, pero me molesta. El sonido oclusivo de la ‘t’ de Antony me martillea el ánimo. Si la hache amortiguara ese sonido, mi vida sería más cómoda.

No es fácil cumplir con esta obligación de la vida adulta. Hay días que tengo que esforzarme un poco para actuar con la madurez debida y quejarme por algo. Hay días que salgo de casa y siento un sol estupendo en la cara, un sol que me llena de vida, felicidad y vitaminas, y vamos todos juntos a tomar el vermú, sin trabajo ni preocupaciones hasta la siguiente semana, y freno un segundo y pienso ‘no puede ser’. Pienso que no merezco tanta dicha. Y pienso ‘a ver hoy con qué me enfado’.

Siempre hay algo

Por suerte, el fútbol me ayuda. Siempre hay algo. En esta jornada de Champions, me indigné íntimamente con lo que hizo Tolói, el defensa de la Atalanta. En los minutos finales del partido, y prácticamente eliminado, se autoexpulsó en un clásico movimiento tribunero que increíblemente sigue funcionando. Tolói agredió a un rival y la lió un poco. Lo típico que no ayuda a tu equipo, pero sirve para salvarte de la quema, porque siempre hay algún hincha que cae en la trampa y dice ‘este al menos tiene sangre en las venas y siente los colores’ o alguna incorregible tontería de esta clase.

Me molestó lo de Tolói. No lo soporto. A mí no me engañas.

Es importante, cabe apuntar, que el enfado sea limitado. Es fundamental evitar las grandes afrentas, porque entonces no eres adulto sino infantil. Existe un matiz ahí que se basa principalmente en las canas. Si eres joven y te quejas eres un inmaduro y un blando, pero si te acercas al concepto señoro y todo te parece mal, en cambio, eres una persona crítica y exigente. Un faro. Algo bueno, al fin, por cumplir años.  

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