La sastrería es, más que un oficio, una vocación, y como todo trabajo artesanal se ve relegado al olvido por falta de relevo generacional y por las exigencias del mercado, donde las multinacionales imponen sus marcas. El consumidor renuncia al traje a medida y, con ello, a lucir su propio estilo. Así lo entiende Vicente Gallet, el último sastre de Onda, que colgó las tijeras y la máquina de coser hace 15 años, aunque no por ello dejó de amar su profesión.

Gallet aprendió el oficio en la Beneficencia durante los 15 años que permaneció en la institución. Después, se estableció en Onda en la década de los 60, cuando había 10 sastres en activo en la población azulejera.

A pesar de estar jubilado, Gallet conserva las viejas máquinas de coser y las planchas de carbón como un recuerdo. Acostumbrado al trato con la gente, es un hombre amable y educado que se expresa con soltura, sobre todo a la hora de exponer su criterio sobre la elegancia en el vestir, donde habla con el aval de su experiencia. "Solo hay que fijarse en los políticos, que visten de pana y vaquero durante las campañas electorales y cambian al traje y la corbata cuando están en el poder", apunta Gallet, como argumento de la importancia que tiene el vestir elegantemente para ser bien recibido en cualquier parte. "El traje clásico requiere complementos imprescindibles, como corbata, chaleco y los zapatos, y saberlo llevar con porte y elegancia", afirma.

Por su sastrería han pasado varias generaciones de ondenses, desde trabajadores a empresarios, abogados o toreros. Sobre las modas, el sastre señala que se gana en precio, pero se pierde en personalidad. Hay que reconocer, sin embargo, que un traje hecho a medida puede alcanzar 1.000 euros.