Se dice llamar Robinson Crusoe entre otros muchos originales apodos, pero él es Christian Matías Rudolph Venier y nació en Alemania hace 49 años. Aquel superviviente americano, náufrago de la novela de Defoe se alimentó de cocos y defendió la playa de los misteriosos visitantes durante 28 años. Christian vive en la playa del Voramar desde hace dos años y dos meses, y defiende sus figuras artísticas esculpidas en la arena de las adversidades.

Se necesitan unos 25.000 o 30.000 litros de agua salada para mantener una figura de arena en pie durante tres meses. "El método es como el de la elaboración de una hamburguesa: primero se hace la base bien dura con arena y agua, después se incorporan más y más capas hasta conseguir la altura adecuada, al nivel del ojo humano", comenta, concentrado, este Robinson de Benicàssim.

Las esculturas de este artesano del mar se mantienen firmes durante años. El secreto reside en dar a las figuras una vida nueva a medida que va transcurriendo el tiempo. Así, el Taj Mahal se convierte en el rostro de Moisés, o la pirámide de Ramsés acaba siendo un bosque ocre de frondosa vegetación. La próxima apuesta será un pulpo, uno con infinidad de tentáculos para que los niños puedan sorprenderse. Y es que en el cuerpo de Christian reside una ley natural distinta. De hecho, confía en que cada día que pasa se vuelva más niño, "y cuando sea como tú de bajito, tendré 80 años", dice señalando a un niño que le observa sonriente. La vida de este escultor se parece a la del increíble Benjamin Button.

Hace 33 años se marchó de su Alemania natal y comenzó a recorrer el mundo. Sin propiedades, viviendo en la naturaleza. Ahora, después de haber residido en 38 ciudades distintas, asegura que su lugar preferido es Benicàssim, donde la gente le trata con respeto y educación. Esas aventuras por Nepal, el Tíbet, Bombay o Europa son lo que ahora emana de las esculturas de Christian. Coge un álbum de fotografías maltratado por el sol y enseña una imagen de una de sus figuras favoritas: su cabeza, montaña de arena compacta llena de surcos y rincones que dibujan las tres culturas con las que este superviviente se identifica; la cultura inca, la maya y la azteca.

Los niños se acercan hasta el muro del paseo de la playa del Voramar y dejan que Christian les enseñe. "Yo les muestro cómo trabajar la arena. Allí, debajo de la carpa hacemos figuras y ellos se entretienen. Son muy sabios. Luego, en esta manta pongo objetos, amuletos, y los chavales vienen, cogen lo que más les llama la atención y a las dos horas vuelve un niño diferente y deja otro objeto". Christian, un personaje entrañable que con habilidad y cariño nos alegra la vida.