Figueroles volvió a engalanarse ayer, lunes de Pentecostés, para mostrar su fe y enorme devoción hacia el Santíssim Crist del Calvari, en una jornada marcada por los encuentros familiares y la religiosidad. El municipio cumplía ya 381 años de veneración a su Cristo, en una tradición que se transmite de padres a hijos. Por eso, ni los vecinos que viven en el pueblo ni los que residen en otros puntos de la provincia quisieron faltar a la esperada cita, en una jornada que comenzó con la solemne eucaristía, en la iglesia parroquial. No faltó la presencia del reelegido alcalde de Figueroles, Luis Gregori, y del resto de miembros de la corporación municipal.

El volteo de los cuatro bronces de la torre campanario advirtió del comienzo de la procesión desde la parroquia hasta la emblemática y pintoresca ermita del Calvario (lugar donde la leyenda cuenta que, tras la muerte de un peregrino, apareció la imagen del Cristo que, desgraciadamente, fue destruida en la guerra civil). El silencio, alumbrado por los cientos de cirios, fue la nota dominante durante el recorrido de la imagen por las principales calles de la población. Tapices y luces en algunas de las viviendas mostraban el carácter más devocional de algunos de los figueroleros. A su llegada a la ermita, el pueblo entero se quedó sin luz para contemplar mejor el castillo de fuegos artificiales, que prosiguió al canto de los gozos.

Después, precedida por los niños de primera comunión, la imagen regresó al templo para ser venerada por los fieles. Así, Figueroles, que siempre os aclama por buen Padre y protector, celebró la devoción que está anclada en los corazones de sus vecinos. H