Se pararon los corazones y, sin embargo, la carrera siguió adelante. El último encierro de la Fira d’Onda, con toros de Los Ronceles, fue peligroso de principio a fin. 777 metros que pusieron a prueba la tensión de los asistentes y la destreza de los miles de mozos que ayer pisaron asfalto.

A las 12.00 horas, sonó la tercera carcasa. Los que entonces se encontraban dentro del recorrido fueron conscientes de que no había marcha atrás. Los que seguían el acto en los cadafals, barreras o desde la pequeña pantalla no sabían que les tocaría sufrir. O, al menos, no tanto desde que les abrieron la puerta de corrales a los seis toros financiados por el Consell de Festes del municipio.

Los cabestros arroparon a los astados por el camino Castelló, mientras uno de ellos intentaba tomar la delantera por la derecha. La torada se estiró a su paso por la Safona y enfiló la calle San Miguel con tres ejemplares por delante ocupando en línea recta todo el ancho de la calle, lo que creó momentos de peligro, como el registrado detrás del consistorio. Sus hermanos les siguieron más conciliados a pocos metros.

Con cuatro astados por delante y dos por detrás se situaron los corredores al final de la calle del Carmen. A algunos les faltaba la respiración al pensar qué pasaría en la curva de Cervantes y en Ecce-Homo, ayer copada de aficionados con domicilios en todos los puntos de España. La velocidad de la manada, con cinco morlacos por delante y uno por detrás, provocó numerosas caídas, por suerte sin consecuencia.

Pero el momento más tenso tuvo lugar en la zona del Pla, cuando uno de los animales enganchó a un aficionado por la camiseta y lo arrastró por toda la arena mientras los corredores les guiaban hacia el Raval, en el que también hubieron numerosas caídas a su llegada a 1’43’’ después de salir. El portón de corrales cerró segundos después, a los 2’03’’ y los corazones volvieron a latir. Más rápido de lo normal, eso sí. Un ritmo que se normalizó al conocer, más tarde, el parte limpio de heridos por asta. H