Durante dos horas, la Vall d’Uixó plantará cara a Halloween. Será el tiempo aproximado de duración de una ruta por los cementerios y enterramientos identificados y repartidos a lo largo y ancho de la ciudad, con la que el Ayuntamiento quiere reivindicar el sábado una tradición autóctona, la que vincula el día de Todos los Santos con la visita a los recintos funerarios.

No se trata de ser reaccionario contra cualquier influencia foránea, más en concreto con un americanismo importado que se disfraza de esqueleto, bruja o monstruo y tiene como emblema una calabaza fantasmagórica. De hecho, en les Coves de Sant Josep se celebra desde hace años una versión propia de esta terrorífica noche. Pero es que hay batallas que no tiene sentido librar y lo mejor es sacar pecho de lo propio para que no desaparezca, es más, para que sea un referente de la propia identidad frente a inevitables abordajes culturales.

Quienes se sumen a esta edición especial del ciclo Nits d’històries i historietes, avanzarán por un hilo conductor que dice mucho de la idiosincrasia vallera, porque partirá de la ermita del Cristo, en el barrio Carbonaire. Y no es cualquier lugar. Ya se sabe que las circunstancias hicieron que este pueblo naciera a partir de dos núcleos urbanos diferenciados, el poble de dalt y el de baix, que tenían sendos cementerios unidos por este ermitorio, de planta circular y con dos altares, uno para cada poble, aunque con un solo Cristo, porque así han sido siempre en la Vall: siempre juntos, pero no revueltos.

Y mucho tiene que ver con esa frase hecha el relato que trazará la visita. Porque en la ermita está enterrado Mossen Francesc Peñarroja, un sacerdote autor de la música del himno local, que mantuvo una vida aparentemente antagónica con quien completará el itinerario, dado que la ruta acabará en el cementerio municipal, ante la sepultura de Lleonard Mingarro, masón y de izquierdas convencido, que puso letra a la composición musical de Peñarroja.

Y así, con la intención de unir lo que sobre el papel parecerían personalidades irreconciliables, pero que en la realidad hablaba de una amistad estrecha, es como se avanzará por todos los lugares que han marcado los 5.000 años de relación con la muerte de esta población.

Ritos funerarios

Desde un molde que reproduce el enterramiento de nueve personas hallado en la Cova dels Blaus, a las sepulturas musulmanas de la calle Cervantes o la necrópolis tardoromana museizada entre la Colonia Segarra y el grupo La Unión, cada paso que se dé el sábado a partir de las 17.00 horas, tendrá el mismo sentido: reconocer que lo que les relaciona con el pasado es la evidencia de la muerte y las diferentes formas en las que se asumió esta realidad en las civilizaciones que dejaron su huella en la Vall.

Que el fenecer no deja a nadie indiferente, ya sean cristianos, musulmanes, agnósticos, ateos o politeístas, también será una constante en un paseo por una visión muy particular del patrimonio humano de la ciudad, que democratizará a sus personajes históricos, porque con más o menos pompa, todos comparten el mismo final, ya sea el panteón de los Segarra --el único que existe en el cementerio--, la tumba de Carmen Tur o la modesta sepultura de uno de los obreros que hizo la escalera que une les Coves con la ermita de la Sagrada Familia, Francesc Daròs.