Ningún rincón de Burriana viviría ajena a las Fallas en estos momentos si no fuera por la actual situación de alerta sanitaria. El olor a pólvora, la música y los falleros inundarían las calles alrededor de los monumentos plantados por las diferentes comisiones. Pero la realidad es bien distinta. Las Fallas del 2020 ocuparán un lugar en la historia junto a la tesitura que motivaron la guerra civil y la helada de 1946, las otras dos ocasiones en las que no hubo fiesta.

En el transcurso de más de 90 años estos hitos tan relevantes tuvieron en común los momentos de precariedad y sufrimiento que marcaron para siempre el devenir de todo un pueblo.

Y es que el origen de las Fallas en Burriana se remonta al año 1928, cuando Carlos Romero Vernia --más conocido con el sobrenombre de El Liante por ser el exportador de una de las fiestas más populares y arraigadas en la ciudad, los Gegants i Cabuts del 24 de septiembre de la fiesta de Mercé--, muy admirador de las tradiciones valencianas, no dudó en liar a todo el barrio de la Merced para impulsar su propio homenaje a San José.

Auge de los cítricos

Ya en esos primeros años las Fallas gozaron de gran popularidad entre los vecinos, por lo que paulatinamente fueron instaurándose gracias, en parte, a que la economía local vivían un momento de auge gracias a la exportación de naranjas.

Y llegó 1936. El encargado de la crítica de la falla el Pla, el capellán Serra, dejó unos versos premonitorios de lo que sucedería poco después: «Mireu dalt i voreu espanyols/ dividits i pegant-se cremats/ van rodan els gayatos i Porres/ asoma el punyal/ se miren com fieres/ se volen matar». Poco se equivocó y la fiesta, aunque en ese año se celebró como antesala de una pausa dolorosa.

Tras una larga pausa, en 1941 los vecinos decidieron reanudar sus costumbres en plena posguerra, consolidándose con fuerza por el surgimiento de nuevas comisiones. Esta evolución vino marcada por la del negocio citrícola y sus vaivenes, a los que dio un respiro el mercado inglés. Una dura estocada llegó con la nefasta helada que asoló los naranjos del término municipal, el 17 de enero de 1946, y sumió en una profunda crisis económica que hizo mella en los ahorros de los burrianenses que desembocó en una suspensión festiva, a pesar de que los artistas falleros ya habían iniciado la elaboración de muchos monumentos que no llegaron a salir a la calle.

Hubo una excepción, la falla Barri Valencia, con el esfuerzo de muchas, plantó una barraca valenciana que, citando a su inspirador, don Batiste Folch «era un grito contra la adversidad, una proclama de que indómito espíritu de Burriana seguía en pie».

Muchas décadas después, con un salto de milenio de por medio, en un momento en el que nadie habría imaginado que pudiera haber una razón tan determinante como para suspender las celebraciones josefinas, ha tenido que ser un virus el causante de esta tristeza colectiva.

A falta de determinar una fecha para las Fallas del 2020, porque todos guardan ese deseo, que sea aplazamiento y no otro paréntesis histórico, la ciudad se adapta a este reto con el compromiso de superarlo con la misma energía que los anteriores.