La principal consecuencia de la pandemia del coronavirus ha sido sin duda la cantidad de fallecimientos que ha traído consigo, pero más allá de la crisis sanitaria se encuentra también la económica y, no menos importante, la social. El confinamiento que provocó el Estado de Alarma y las restricciones impuestas para evitar la propagación del virus han generado cambios de hábitos y conductas que han conllevado ansiedades e incluso depresiones.

El caso de Andreu Moreras, un joven de 22 años que vivía en València y trabajaba como cocinero, es uno más de los ‘urbanitas’ que sufrieron el confinamiento en una gran ciudad y en cuanto pudo decidió dar un giro de 180º a su vida, trasladándose a vivir al pueblo de Castellón en el que veraneaba junto a sus padres. “Siempre he pasado las vacaciones en Aín pese a no tener casa. Alquilábamos una y guardo muy buenos recuerdos, así que lo dejé todo y me tiré a la piscina para vivir ahí”, recuerda meses después de este punto de inflexión en su trayectoria vital.

La vida de Andreu y Manel (sentado en la imagen) ha dado un giro de 180º los últimos meses. MEDITERRÁNEO

Una vez en Aín, el protagonista de esta historia admite que se ha adaptado “de maravilla entre los aproximadamente 80 vecinos que viven aquí a diario”. De hecho, ha encontrado un ‘socio’ que le acompaña en sus próximos retos: “Con Manel tengo mucha afinidad. Cuando vine no le conocía de nada, pero le ayudaba en el huerto y decidimos unir nuestras fuerzas. Lleva en el pueblo ya un año y medio y me lo ha hecho todo más fácil”.

En la actualidad, Andreu y Manel cuentan ya con 13 gallinas, un gallo y pretenden plantar unas 1.400 tomateras. Su idea es la de elaborar cajas de ensaladas que contengan tomates, lechugas, cebollas, rabanitos… para toda la semana. Además quieren tener también patos y una cabra para que limpie el campo de hierbas.

Pretendían también que los animales “pudieran ir por las calles como antes. Lo propusimos en el pueblo, pero ahora nadie vive del campo y no están muy por la labor”, afirma Andreu, que no oculta su agradecimiento con los vecinos: “Todo nos lo han dejado. Hay mucha gente que quiere que Aín crezca y ven que proyectos como el nuestro puede servir para que tenga más vida, que venga gente de visita y se recuperen tradiciones”. Andreu ha aparcado así su trabajo en los fogones en una gran ciudad como València para apostar por la agricultura en este coqueto municipio castellonense. 

Las gallinas, en el corral que gestionan Andreu y Manel en el municipio de Castellón. MEDITERRÁNEO