«Nosotras siempre estamos dispuestas a salir, nunca nos jubilamos de nuestra vocación misionera». Estas palabras resumen la despedida de las Misioneras Dominicas del Rosario tras 61 años de misión en Burriana, una dedicación que ha dejado una huella espiritual indeleble y el trabajo educativo en varias generaciones de alumnos al frente del colegio Villa Fátima. 

Esta semana las dos últimas habitantes de la congregación, las madres Amparo y Carmen, cerraban para siempre las puertas de la residencia para partir hacia sus nuevos destinos en Zaragoza y Pamplona. «Con tristeza, pero con esperanza y abandonadas en los brazos de la Divina Providencia, tengo que comunicaros el cierre de nuestra casa», explica la madre Amparo a través de las redes sociales. En declaraciones a Mediterráneo matiza que la motivación de la despedida de Burriana ha sido «por la necesidad de reestructurar las comunidades y estar más cerca las una de las otras por cuestiones logísticas»

Afirma sentirse muy tranquila con lo que le depara el futuro y ruega a todo el alumnado que ha pasado por el centro educativo que «no olvidéis lo aquí vivido, siempre estaremos unidas en la oración y en la Comunión de los Santos como red social más antigua de la historia». 

Presentes desde 1959

La presencia de la orden en la ciudad se remonta a 1959, gracias al concurso de un dominico de Burriana, el padre Monserrat. Comenzaron con una casa hogar en la que enseñaban labores domésticas, pero rápidamente y en respuesta a las peticiones que recibían de los vecinos crearon el colegio Villa Fátima. Dirigieron el centro hasta el 2006, cuando cedieron su funcionamiento a la entidad Gestión de Centros Católicos de Enseñanza, aunque de todos esos años acumulan millones de vivencias con todo el alumnado y el claustro de profesores. 

La dedicación del mes de mayo a la Virgen María, la cremà de la falla realizada por los propios alumnos o los pa i porta de clausura del curso son algunos de los momentos que se agolpan en las mentes de todo el que ha pasado por el colegio. Y es que, cualquier momento era ocasión de fiesta en ese afán incansable de la evangelización para seguir los pasos de la fundadora de la orden, la madre Ascensión Nicol.

Conocida cariñosamente como Flori, inició la congregación yendo a Perú para trabajar en el desarrollo de la mujer indígena siendo la primera misionera que se adentraba en aquel paraje. 

Desde los primeros cursos, las religiosas supieron transmitir a los escolares la gran historia de la madre fundadora además del amor a la Virgen del Rosario con la oración siempre en sus labios y la sarta de cuentas colgando en llaveros y en sus manos.