El Gobernador Civil de Castellón y Jefe Provincial del Movimiento en 1973, Juan Aizpurúa Azqueta, se encontró con el problema de sustituir al alcalde de Almassora, a la sazón Vicente Claramonte Cantavella, que había ocupado el cargo durante quince años tras modernizar el pueblo con la instalación de la red de alumbrado público, el alcantarillado, los espigones de la playa, la construcción del nuevo ayuntamiento, la casa de la cultura, un grupo escolar y el instituto de bachillerato. Si difícil era encontrar un candidato que pudiera preservar y mejorar ese legado, más lo era en aquel momento, en los estertores del régimen franquista, por lo que se necesitaba un hombre joven y de consenso que liderara el futuro.

Comisionado para aquella árdua tarea, Julián Montañés se encargó de entrevistar a los vecinos más notables de la localidad, desde el presidente de la Caja Rural al médico, desde el cura al director de la escuela, el presidente del Sindicato de Riegos y otros cargos locales. La unanimidad fue absoluta, el mejor para tan delicado cometido era Manuel Claramonte Serra, pero este labrador de 35 años declinó la invitación. Contrariado, Montañés realizó una nueva ronda de entrevistas y, pasado un tiempo, volvió a citar a Claramonte para comunicarle que había recibido una oferta de un millón de pesetas de un preboste del régimen a cambio de ser nombrado alcalde. Y Claramonte, sin ocultar su decepción ante tamaño chalaneo, aceptó entonces la alcaldía.

El nuevo procer se encargó de continuar la obra de su predecesor dotando de contenido aquellos nuevos edificios públicos heredados, para lo que creó comisiones culturales en las que involucró a profesores que venían a trabajar a Almassora, como el entonces joven profesor y luego director del instituto, Paco Mariscal, y hasta el propio secretario del ayuntamiento, Pedro García Rabasa. De igual manera potenció las fiestas y favoreció las incipientes peñas, hasta impulsar ese relevo generacional que necesitaba el ayuntamiento.

Trabajó por el pueblo, aunque para ello tuviera que enfrentarse a las principales autoridades del régimen, como fue el caso cuando reclamaba repetidas veces el desvío del tráfico de camiones de la N-340 a su paso por Almassora, que entonces asolaba la calle General Mola, hoy de Santa Quitèria y siempre carrer l’Alcora. Los accidentes y el ruido provocaron incluso manifestaciones, que fueron disueltas por la fuerza con la acción de la Policía Armada, los temidos “grises”, que acabaron con no pocas agresiones y detenciones. Claramonte apeló por sus convecinos arrestados en varias visitas al despacho del Gobernador Civil, pero nunca era recibido; hasta que en una ocasión, molestó de que hicieran caso omiso a sus demandas, se atrevió a poner el pie cuando le iban a cerrar la puerta en su cara, así pudo colarse, y le armó tal bronca a su superior, que llegó a temer por su continuidad como alcalde y hasta se refugió unos días en un “parany” por si le buscaba la policía. Todo lo contrario, consiguió la libertad de los manifestantes detenidos y, tiempo después, se desvió todo el tráfico de este vial.

Con Manolo Claramonte se despidió el franquismo y se inició la apertura política, siguiendo como máxima autoridad local durante las primeras elecciones democráticas y el referéndum constitucional, hasta la convocatoria de los primeros comicios municipales en 1979. Curiosamente, o no, el partido que se consideraba descendiente de la mayoría política de derechas, la Unión de Centro Democrático, no le ofreció encabezar su candidatura, mientras sí lo hacía el PSOE, que por aquel entonces prácticamente aglutinaba las fuerzas de izquierda locales. Claramonte rechazó ese extremo y prefirió colaborar poco después en la instauración de un nuevo partido en Almassora, en este caso Alianza Popular, que acabaría transformándose en el Partido Popular con la fusión de otros grupos minoritarios, incluida ya una minoritaria y debilitada UCD. Manolo Claramonte, sin renunciar a su militancia, se retiró a un segundo plano y volvió a trabajar por la agricultura desde la Cooperativa local, así como en diferentes cargos de responsabilidad en el Sindicato Central de Aguas del Río Mijares y en la Junta de Aguas de la Plana, de la que llegó a ser presidente, no en vano era un versado conocedor del sistema de regadíos y del reparto de aguas.

Persona de talante conciliador, fue elegido Juez de Paz y reconocida su trayectoria pública con el nombramiento de Hijo Predilecto de la Ciudad por unanimidad de todos los grupos políticos con representación municipal en 2011. Sufrió un ictus en 2013 que le dejó impedido, aunque conservaba sus facultades mentales y una conversación preñada de anécdotas, muchas veces comprometidas, vivencias como cuando suministraba “cohíbas” al cardenal Tarancón en sus repetidas visitas a Almassora y en las que ejercía incluso de chófer personal. Una ejemplar trayectoria de servicios que jalonaba con no pocos chistes, tal era su hacendrado sentido del humor. Famosa fue aquella broma en la que se disfrazó de jeque árabe, cogió prestado un “mercedes” que cargó con dos bidones que simulaban llevar petróleo y se paseó por la playa haciendo ofertas para comprar chalets e inmuebles. No caló porque todos lo conocían, y todos los que le conocían lloran hoy su pérdida. Deja viuda, Rosario Castillo; hijos José Manuel y Charo; hijos políticos Raquel Álvarez y Luís Prada; y nietos Pablo y Ruth.