Enrique Javier nació hace 56 años en Tales, un pueblo de Castellón que cuenta con poco más de 800 habitantes. Posteriormente se mudaría a la vecina Onda, donde trabajó en la industria azulejera. En Onda conserva a día de hoy a buena parte de su familia; allí siguen sus hermanos, primos, sobrinos… En el año 2014 lo dejó todo para cambiar radicalmente de vida: “Conocí a una mujer por internet. Era mexicana, de Cancún. Estuvimos varios meses hablando y hubo conexión entre ambos. Un día me dijo que por qué no venía a Cancún; yo le respondí que no me lo pidiera dos veces y ahí me fui”. 

Como él mismo reconoce entre sonrisas, su trayectoria vital desde ese punto de inflexión que fue su salida hacia México, “da para una película de Spielberg”. Su relación con la primera pareja mexicana duró un par de años, en los que tuvo tiempo para fundar una empresa de publicidad con ella. “Cuando se acabó el amor se acabó el negocio también. Decidimos seguir cada uno por nuestro camino”, recuerda. 

Enrique Javier ha podido vivir un sinfín de experiencias en su periplo mexicano.

El ‘aventurero’ castellonense cambió hace seis años Cancún por Puebla, una de las ciudades más pobladas del país azteca, con unos seis millones y medio de personas: 8.125 veces más que su población natal, Tales. “Vivir aquí es una locura”, admite, al tiempo que explica los motivos de su última mudanza, muy similares a los de la anterior: “Conocí a una mujer de Puebla y un día me dijo que por qué no venía a Puebla; yo le respondí que no me lo pidiera dos veces y ahí me vine”.

“Son dos mundos en uno”

Dejando experiencias amorosas al margen –“México es un país de 126 millones de personas y es fácil conocer gente nueva”, Enrique Javier Martínez Balaguer admite que su experiencia vital en su país de adopción es cuanto menos enriquecedora: “Tales y México no pueden ser más diferentes. Son dos mundos en uno. No me he arrepentido nunca de venir. He aprendido mucho y he conocido a gente muy buena”. No oculta, eso sí, que no todo han sido experiencias positivas: “Lo que más me molesta de aquí es la inseguridad y el sistema sanitario”. 

El castellonense explica de la siguiente forma uno de estos episodios desagradables: “Sufrí un asalto a punta de pistola en una furgoneta con varios asientos que va haciendo paradas, un medio de transporte típico de aquí. Era de noche y subieron tres tipos armados con pistola que nos pidieron a los pasajeros que les diéramos la cartera y el teléfono móvil. Todos los pasajeros lo hicieron, pero yo no. Estaba sentado al final del todo y me dijeron “pendejo, qué estás mirando”, pero yo ni me inmuté, no pensaba darles nada sin luchar, hubo un momento de tensión, pero se dieron media vuelta y se fueron”.

El vecino de Tales, mientras ejercía como vigilante de seguridad de una mina con el equipo de protección contra explosivos.

El vecino de Tales, mientras ejercía como vigilante de seguridad de una mina con el equipo de protección contra explosivos.

El protagonista de esta historia lamenta también que su experiencia con el sistema sanitario mexicano no es la mejor: “Sufrí un accidente porque un coche se saltó un ceda al paso y me golpeó. Al principio creía que no era nada, pero después empecé a sentir dolor de espalda y de cuello. Fui al centro de salud porque tenía seguro por el trabajo, pero no me quisieron atender porque en teoría no me correspondía ese sitio. Si a mí me trataron así teniendo seguro, no quiero ni pensar cómo tratarán a los que no lo tienen”.

Un trotamundos de múltiples oficios

En su periplo mexicano, Enrique Javier ha tenido varios empleos. El último fue como vigilante de seguridad en una mina de Guanajuato: “Era una mina de oro y de plata. Tuve que hacer mucha formación para trabajar ahí, hasta de explosivos. Era una zona muy verde, estaba rodeado de víboras, tarántulas, jaguares y águilas. Allí pude ahorrar para montar mi propio negocio”. Ni corto ni perezoso, el de Tales abrió su propio restaurante en Puebla: “Hacía cocina mexicana y española. Me acuerdo que la primera tortilla de patata que hice duró cinco minutos, y eso que era enorme. El restaurante se llamaba Mi Tierra y me iba bastante bien, pero lo tuve que cerrar cuando vino la pandemia. Ahora me gustaría abrir un nuevo restaurante para hacer también paellas, no sé si aquí en Puebla, en Veracruz, Acapulco o hasta en Ciudad de México; tengo que estudiarlo bien”.

El castellonense lamenta también que no todos los asaltantes en México llevan pistola, también hay “robos de guante blanco. Pedí un crédito en una empresa situada en un edificio muy lujoso y al final fue una estafa en toda regla. Me pidieron antes que nada 40.000 pesos, unos 2.000 euros, en forma de aval. Se lo di y después me dijeron que tenía que pagar 20.000 pesos más para un seguro, les dije que al final iba a pagar más de lo que iba a recibir y que les iba a denunciar, pero no me devolvieron lo que había dado al principio y un abogado me dijo que no valía la pena hacer nada porque no me iban a devolver nada. Son cosas increíbles que te sirven para aprender”.

Enrique Javier admite que Puebla “es una ciudad muy bonita para hacer turismo". Recomienda los siguientes puntos de interés en esta población: "Es muy bonito el Zócalo, que es la plaza principal, aunque todo el centro está muy chulo. También vale la pena la Estrella de Puebla, que es una noria gigante... Si eres precavido disfrutarás de muchos sitios espectaculares, buena comida y buena gente”, pero entre los muchos planes de futuro no descarta regresar a Onda: “Me gustaría dar otra vez un abrazo a todos los familiares y amigos que dejé allí. No es lo mismo ver a la gente en persona que por videollamada”.

El castellonense ha conocido a un sinfín de personas en México.

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