El episodio okupa en primera línea de la playa de Nules ha llegado a su fin. Una historia que se precipitó la última semana, tras la publicación por parte de Mediterráneo de los hechos, haciéndose eco de la preocupación vecinal, y que concluyó el viernes por la tarde con la Guardia Civil y el propietario del inmueble asegurando todas las entradas posibles para que ni los jóvenes que llevaban en su interior desde el pasado mes de febrero ni cualquier otra persona vuelva a colarse por la fuerza.

El final ha sido de lo más rocambolesco. Los cuatros jóvenes que habían usurpado el inmueble a su legítimo dueño llevaban varias jornadas sacando bolsas, se sabían acechados, pero volvían cada día. El mismo viernes por la mañana, numerosos testigos pudieron ver a las dos chicas cargadas en dirección a l’Estany. Pero nadie podía ni imaginar lo que iba a suceder a primera hora de la tarde.

Un hombre y una mujer llegaron a la casa y empezaron a vociferar y dar golpes a la puerta hasta que lograron abrirla. Gritaban que querían ver al joven sobre el que pesa una orden de busca y captura. Según fuentes próximas a este caso, el hombre aseguraba que le habían contratado para cobrar una supuesta deuda. Ambos se quedaron en la planta baja. Poco después aparecieron tres de los okupas. Estuvieron hablando con ellos, negaron que supieran algo del prófugo y, como pudo comprobar este periódico, sacaron más enseres y se marcharon.

Una nueva okupación

Lo más disparatado de la situación estaba por suceder. La Guardia Civil llevaba días cercando a los okupas para tratar de localizar e identificar al joven sobre el que pesa una orden de detención. Cuando el viernes por la tarde se personaron en la casa se encontraron con el hombre anteriormente mencionado que les dijo que llevaba días viviendo allí. Sin duda, conocedor de los detalles de la ley, trataba de convencer a los agentes de que estaba más de 48 horas en la vivienda para que no lo echaran.

Había numerosos testigos que podían acreditar lo contrario. Entre ellos la Policía Local, que había acudido horas antes en respuesta a la denuncia vecinal cuando empezaron los gritos y los golpes.

Es imposible saber sus razones e intenciones, pero la pareja abandonó el edificio sobre las 17.00 horas. El propietario ya había interpuesto una denuncia ante la Guardia Civil y se habían realizado todos los trámites para echar al último okupa. Además, había claras evidencias de que los anteriores asaltantes llevaban días preparando su salida. Cuando la patrulla llegó no había nadie, lo que facilitó el trabajo de las autoridades.

El siguiente paso fue asegurar todas las posibles entradas para evitar un nuevo asalto. Testigos aseguran que, poco después de que las autoridades abandonaran el lugar, las dos jóvenes volvieron a acercarse al edificio, puede que con la intención de sacar más cosas de dentro, pero se encontraron con el acceso restringido. Según relatan, se fueron airadas.

La impunidad

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De todo este suceso, como el de otros tantos casos de okupación, llama la atención la libertad con la que se mueven quienes usurpan las propiedades. En este en concreto, a plena luz del día, ante la mirada de decenas de testigos, transitaban por la zona incluso llevando drogas --como pudo comprobar Mediterráneo-- con la naturalidad del que se cree impune. Hasta que la Guardia Civil estrechó el cerco sobre ellos, el joven en busca y captura entraba, salía y circulaba en patinete por la playa tranquilamente para estupefacción de quienes conocían su comprometida situación legal.

Con la okupación desbaratada, los vecinos siguen inquietos. Como confiesan a este periódico, no conciben como alguien puede actuar de espaldas a la ley y, al mismo tiempo, estar protegido por ella. Ni entienden cómo, mientras en la zona asistían prácticamente a diario a las idas y venidas del prófugo, no se le detenía.