Abraham Martínez osa recoger el guante de las teorías conspiranoicas que mantienen que Hitler no se suicidó el 30 de abril de 1945 en el búnker de la cancillería, en un Berlín a punto de caer en manos de los rusos, esgrimiendo esa hipotética no-muerte como excusa para hablar no solo de nazismo sino para alertar del actual auge del neonazismo en Mi retiro (Bang Ediciones). El dibujante urde una ucronía en cómic que desde la misma portada evoca la de Mein Kampf (Mi lucha), el desgraciadamente famoso panfleto nacionalsocialista escrito por el Führer, solo que aquí el líder nazi aparece sin bigote, envejecido y en batín.

El mal nos fascina y Hitler es el mal hecho persona. No hay villano de cómic más villano que él. Nos atrae porque quienes sí sentimos empatía e intentamos ponernos en su piel para intentar entenderlo no lo conseguimos. Eso genera curiosidad, constata el autor de Plutocracia, cómic donde ya instaba a la reflexión sobre un mundo dominado por una única empresa.

Martínez contribuye a alertar de la pervivencia de las ideas nazis. No podemos pensar que aquello no volverá a pasar. Aún cumplidos 75 años del fin de la segunda guerra mundial debemos conocer lo que pasó para que no vuelva a ocurrir. Ya lo advertía Primo Levi. Pueden salir muchos más locos como Hitler, hay que recordar que empezó ganando unas elecciones, pero de una generación a otra las cosas se olvidan, lamenta.

El dibujante imagina que el líder nazi huyó del búnker tras afeitarse su reconocible bigote y se escondió primero en España (en Mallorca) -"país de subhombres", dice en el cómic- y luego en Argentina, como hicieron tantos otros nazis tras la derrota. Las viñetas siguen su evolución psicológica, la de alguien que se creía destinado a dominar el universo y que se ve obligado a ocultarse como una rata mientras el mundo reniega de sus ideas y de su sanguinaria herencia.

Sin pruebas de la muerte

De hecho, no hay pruebas de que muriera en el búnker. Existe el testimonio de algunos que pasaron allí con él sus últimos días, como su secretaria, y como relata Joachim Fest en El hundimiento. Eran sus incondicionales y eso da motivos para dudar. Incluso Stalin dijo que vivía y que escapó a España y Argentina. Los rusos encontraron un cráneo con un agujero de bala pero el ADN ha demostrado que era de mujer. Y los americanos hicieron carteles de Se busca. No tenían tan claro que realmente hubiera muerto, cuestiona.

Pero al dibujante, añade, le da igual si murió o no en 1945 -y si sobrevivió nunca se mostró-. Lo que le interesa es constatar que sus ideas sí lo hicieron, y en el libro surgen reflexiones que remiten a las fake news. Los nazis, a través de Goebbels ministro de Propaganda nazi, a fuerza de repetir sus mentiras las convirtieron en verdad. Es lo que Foucault llamó normalización de la verdad a través del poder, igual que hace Trump. El ciudadano acaba perdiendo la noción de lo que es verdad y lo que no, y esa mentira deliberada del poder abre las puertas a cualquier barbaridad, como la solución final contra los judíos.