Mágico» y/o «místico», epítetos reales, no inventados. En la edición más complicada desde sus inicios, en el 2016, el Singin’ in the Cave, que cerró sus puertas el viernes pasado, se ha consagrado, ya no solamente en una referencia en el ámbito de los festivales, sino que ha llenado de sonoros silencios y viceversa les Coves de Sant Josep de la Vall.

Y no ha hecho falta grandes alardes publicitarios. El boca a boca, entre los artistas que han actuado y los espectadores, ha inducido a preservar el secreto manifiesto de una acústica envidiable y un entorno maravilloso que hace de los conciertos una atmósfera apetecible e ilusionante.

Con el compromiso de una cultura segura y de calidad, este año, y por motivos obvios, se ha reducido un 60% el aforo, pasando de 50 a 30 entradas a la venta por concierto, con el uso obligado de la mascarilla. Pero, este proyecto cultural, que pone en valor el patrimonio de les Coves, el río subtrerráneo más largo de Europa, se ha crecido ante las dificultades. Lo mejor, las opiniones de los intérpretes que han pasado por las grutas. Maika Makovski califica el festival como «esencial». «Es algo muy especial; el sonido te abraza completamente», señala.

Coque Malla no se detiene a la hora de elogiar el Singing’ in the Cave: «Es misterioso, sugerente y una promesa de que un montón de cosas pueden pasar», dijo. Y pasan. «Ya lo creo, con una fidelidad acústica y una coloración de una experiencia no vivida antes y que cuesta describirla», dice Santiago Auserón, un superviviviente de la música que todavía tiene muchas cosas que decir, como que el Singin’ in the Cave es «un retorno a la experiencia más primitiva de la sonoridad de la tribu humana en la recuperación para nuestros días de la memoria del canto prehistórico».

Generando emociones, el festival ha sido desde sus inicios una apuesta por los nuevos talentos. Tampoco hay que olvidar que, en una sociedad global, el Singin’in te Cave de la Vall d’Uixó ha internacionalizado su cartel con propuestas que han llegado de Irlanda, Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Portugal, Italia, Noruega... para compartir también este paraíso de agua, música y silencio. El más sonoro.