Una primera novela arriesgada, donde se pone sobre la mesa asuntos que conciernen a toda la sociedad, como los abusos y agresiones, la lucha por la igualdad, la sexualidad, el proceso de embarazo y el aborto, la familia y la memoria, el arte y la propia literatura. La anguila (Anagrama), es el debut de Paula Bonet en el terreno de la novela, una obra con tintes autobiográficos que ha conquistado ya a autores reconocidos como Marta Sanz, Enrique Vila-Matas, Nell Leyshon o Agustín Fernández Mallo, por citar solo algunos.

Nos reunimos en su localidad natal con la artista y, ahora, escritora vila-realense, para hablar de este proyecto literario que es, también, artístico y, sobre todo, una declaración de intenciones.

Siempre resulta sorprendente dar ese paso, no sé si consciente o inconsciente, de escribir una novela, de decidir contar una historia. ¿Cómo fue ese proceso? 

Yo sentía que tenía una historia que tenía que explicar, la pulsión era evidente. Llevaba muchos años intentando ordenar todos los papeles que tenía sobre la mesa para trabajar en esa historia, y si lo hice fue por dos motivos. El primero, y esto lo hablé con Silvia Sesé, editora de Anagrama, cuando tuvo el libro sobre su mesa: porque no podía hacer otra cosa, eso estaba allí y tenía que existir. El segundo, porque me di todo el tiempo que me he podido dar para hacerlo desde el lugar desde el que lo quería hacer. 

¿A qué te refieres con eso?

Para mí era muy importante abordar este proyecto sin que la urgencia estuviera presente, era muy importante abordarlo sin tener en cuenta el público, sabiendo que podía equivocarme y, al mismo tiempo, trabajando muchísimo para no equivocarme. 

¿Por qué escribes ‘La anguila?

Es un texto que empecé a escribir físicamente cuando murió el que era mi editor en Literatura Random House, Claudio López de Lamadrid. Fue él quien provocó en mi anterior libro esa rotura, ese separar la imagen de la palabra.

Pero no fue fácil, ¿no?

En el momento en el que por fin me siento a escribir La anguila, Claudio fallece. Me siento huérfana, absolutamente, porque yo pensaba que iba a hacer este viaje con Claudio. 

Pero, como decías al principio, esa historia necesitaba existir, debía aparecer, sí o sí.

Fue curioso porque en el momento en el que firmé con Anagrama ya no necesité sentirme acompañada. Y digo que es curioso porque siempre he trabajado los libros de forma fluida con mi editor. Y con este libro, que para mí era el más difícil, he trabajado sola, y lo he trabajado, además, desde un lugar muy doloroso, porque La anguila revisa momentos autobiográficos muy agresivos, fue complicado. 

De hecho, en la novela hablas, de una forma muy sutil, de los abusos del patriarcado, de ciertas agresiones e, incluso violaciones. No son temas fáciles. 

En la primera parte de la novela, que es mucho más abstracta, hablo de las agresiones pero desde un lugar que todavía es invisible, el que está en el léxico, en tu lugar de origen, por ejemplo. No hace mucho, de hecho, todavía hoy, hay prejuicios o condenas morales sobre el comportamiento de las mujeres.

Sigue siendo un proceso complicado, no solo revisar esas actitudes que llegamos a considerar normales, sino reconocer que seguimos haciendo un uso de un lenguaje sexista o que protagonizamos situaciones de acoso, manipulación, abuso...

Asusta revisarlo. Hay muy pocas personas que se permiten enfrentarse a ello y revisarse, porque lo primero que hacen cuando sobre la mesa les pones este debate, que no es una imposición, es el insulto, el defender aquello a capa y espada sin ningún tipo de argumento, e intentar, otra vez, ridiculizarte. Es muy complicado. Es una lucha, la lucha por la igualdad, en la que parece que estemos caminando constantemente por un campo de minas, ¿no? Porque puedes tener claro cuál es el recorrido, y piensas que ya has limpiado todo el terreno y, de repente, cuando menos te lo esperas, te estalla una mina. Y por más fuerte que seas, por más preparada que estés, te sigue sorprendiendo. Es un aprendizaje continuo.

La novela es una novela de denuncia ante esa impotencia e indefensión de las mujeres que sigue vigente, pero no por ello está escrita de forma acusadora.

No quise publicar La anguila hace tres o cuatro años porque sentía que iba a estar gritando todo el rato, porque ese enfado que yo sentía entonces se habría volcado en la novela y yo, al igual que tú, tengo un respeto absoluto por la literatura.

Ahora que dices eso, y sabiendo que siempre has estado estrechamente ligada a la literatura, ¿qué simboliza para ti?

Es el arte que más respeto, es el arte al que más me acerco, que me construye, que me da alivio, que me da respuestas, donde encuentro diálogos que necesito tener, es ese arte que tiene como materia prima la palabra que es lo que usamos para comunicamos cotidianamente.

Siendo como es tu primera novela, existe una gran madurez. 

Con las palabras, mi intención todo el tiempo, ha sido alejarme del artificio. Y aunque algunos fragmentos de la novela están escritos en prosa poética yo quería alejarme de la retórica fácil, manida, de la metáfora que habitualmente ha envuelto a mi obra y que no me ha permitido comunicarme como a mí me habría gustado.

¿Y cómo dirías que te has comunicado aquí? ¿Cómo has trabajado en ese aspecto? 

Ha sido un trabajo arduo, muy doloroso y muy placentero. Dolor y placer casi a partes iguales. Ha habido mucha revisión, mucha poda, mucha renuncia. Había fragmentos del texto que me parecían brutales y de los que duele prescindir de ellos pero que rompían el ritmo de la historia, o gritaban demasiado. Yo no quería sentarme a escribir en ese lugar de rabia, de rencor, de no acabar de entender. Ya que iba a abordar temas tan complejos, que ya de por sí son agresivos, quería que fuera un texto muy templado. 

Existe aquí un ejercicio catártico, introspectivo y en el que afloran algunos fantasmas.

En la ficción, hay revelación. Y yo me he dado cuenta escribiendo esta novela de varias cosas, hasta el punto de hacer las paces con ciertos hechos con los que yo no sabía que tenía un conflicto. Y a todo ello, hay que añadir otro factor que quisiera remarcar, y es que el libro también es una especie de ensayo sobre arte. Quería que hubiera mucha pintura, no solo en el momento en el que hablo de preparaciones o técnicas, sino que la pintura saliera, que hubiera incluso visiones no evidentes pero cuya herencia o mitología están en nuestro ADN.