Hay literaturas, o escrituras más bien, que nacen del dolor, de heridas que supuran. La de María Fernanda Ampuero es una de ellas, una literatura que impregna, que proviene del llanto, pero que no se amedrenta, más bien provoca la búsqueda de algo tan importante como establecer un diálogo con el otro. Con su primer libro de relatos Pelea de gallos (Páginas de Espuma) demostró que podía incomodar al lector, en el buen sentido. Y ahora, con Sacrificios humanos —editado también por el prestigioso sello que encabeza Juan Casamayor—, vuelve a dejar claro que lo suyo es luchar contras las bestias.

En tus dos obras editadas por Páginas de Espuma existe una violencia implícita que, creo, tiene que ver con la construcción social, con el patriarcado. ¿Desde dónde escribes? ¿Qué quieres contar y compartir con el mundo?

Hablo de mis dolores, sin ir más lejos. Yo creo que todo escritor habla desde sus traumas, desde sus heridas; al menos, esta es la literatura que a mí me interesa. Si tú me preguntas cuáles son mis libros más importantes de mi vida te diré que son libros que han sido escritos desde una herida que supura y que ha supurado toda la vida. Son mis heridas las que están más cerca de mi vida, de las historias y de las mujeres que me rodean.

¿Dirías que tu literatura puede servir a modo de denuncia?

Servir, como tú dices, es una palabra compleja en relación a la literatura. Genera muchas sospechas cuando la literatura sirve para alguien o para algo, sobre todo para hacer ideología. En este sentido, el servicio, si hay, es, obviamente, para la historia, el servicio es, obviamente, para la palabra, porque de otro modo tú no sientes nada. 

En base a tus propias experiencias, a estas heridas que comentas, existe una comunión con otras mujeres. Muchas de ellas pueden sentirse representadas, autorreconocerse en algunas de estas violencias que narras.

Y ojalá hombres. Toda mi vida, mi constructo personal, en relación a la ficción, ha sido identificándome con personajes masculinos. Yo he sido el Principito, he sido don Quijote, he sido este chico de la novela de Vargas Llosa al cual un perro castró, y eso que no tengo pene. Pero esto es lo que hace la literatura. El dolor de este chico, de ser un ser castrado, yo lo sentí, como sentí el dolor de Edipo, y no soy un señor que tiene el riesgo de casarse con su mamá. Entonces, cómo es posible que la comunión, que la cosa esta casi sagrada, casi milagrosa que tenemos los lectores con la identificación y la compasión —yo creo que el ejercicio de la compasión solo es posible en mi caso al menos porque he sido lectora toda mi vida—, cómo es posible que todo esto esté segmentado según el sexo que tienes. Es el dolor lo que yo siento. Por eso te digo que me encantaría que las cosas que yo escribo, el dolor de estas personas, pueda ser universal, como ha sido universal para mí el dolor de los libros que yo he amado.

La escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero. Páginas de Espuma

En uno de los relatos de 'Sacrificios humanos' hay una frase que creo viene a colación, porque uno se puede identificar. Y dice así: «La edad de la inocencia es la edad de la violencia». Yo creo que es una frase que, de alguna manera, define perfectamente, la mayoría de tus relatos.

Qué bonito que se vincule lo que escribo con esta frase, porque, además, siento que la adolescencia, este momento en el cual eres dos cosas a la vez y ninguno, es el momento en el cual más vulnerable estamos, cuando más daño nos hacen; en este sentido, todos somos supervivientes, sobrevivimos a la adolescencia. Hay aquí un gran nivel de violencia.

En cierto sentido, en tu obra intentas romper con los cánones y preceptos de la sociedad contemporánea, además de abordar temas como la igualdad y la migración de las personas. En 'Sacrificios humanos' hablas en uno de los relatos más potentes de la inmigración, y del trato hacia el otro.

Yo siento que si tú eres indiferente a todo eres xenófobo, racista y machista. La indiferencia es la suma de todos los horrores y de todos los fascismos, y de todas las posiciones de odio. Me asusta la normalización del dolor del otro, la normalización de la diferencia. Una de las cosas más bellas que me ha enseñado la literatura es que el mundo y todas sus criaturas son mi responsabilidad también, sino para qué estás aquí. Para qué estás en este lugar, calentando una silla, ¿para no cambiar nada, para no mirar con piedad a nadie? Yo mejoro al saber que estoy haciendo algo. 

Para mí la literatura es algo muy serio, y aunque no quieras posicionarte, tienes que tomar decisiones que de un modo u otro revierten en el lector.

Yo también estoy de acuerdo con el hecho de que la literatura es una cosa muy seria. Hay una cosa realmente importante, y no quiero apelar aquí a cosas sobrenaturales, pero creo que el ejercicio de contacto y de abrazo entre dos seres humanos que genera la literatura es muy difícil de comparar con otros vínculos. Tú, en este momento, puedes agarrar Eurípides, y Eurípides ya no es nada como persona, ya no hay nada, es polvo, y sin embargo está en tu casa, está en tu cabeza, imagínate, y en tu corazón. Yo creo que a mí me ha hecho la persona que soy haber sido de tan niña amante de la lectura; me permitió ponerme en los zapatos del otro de mil millones de manera, ya sea en los zapatos de un hombre o en los zapatos de un extraterrestre, o de un superhéroe o de un monstruo. Yo lo que intento es eso.