Es inevitable buscar referencias cuando uno se sumerge en una nueva lectura. Es un defecto profesional confeso, pues esas alusiones y conexiones le sirven a uno para intentar explicar qué ha leído, si bien muchas veces —y creo que este puede ser el caso— se confunda y explique cómo ha leído lo que ha leído. En La telepatía nacional (Fulgencio Pimentel), de Roque Larraquy, pronto empiezo a recordar las extrañezas de Le ParK (Siberia), de Bruce Bégout, o en menor medida de Un hombre en el zoo (Periférica), de David Garnett, porque en las tres obras se habla de crear espacios de exhibición de seres humanos, o peor aún, de parques temáticos como lugares de control y dominación sobre el otro y donde cada individuo, sin quererlo ni beberlo, pierde su individualidad, su idiosincrasia, en pos de la satisfacción y complacencia de unos pocos, aquellos que, por desgracia, gobiernan y dirigen a sus anchas nuestras vidas.

En este sentido, Larraquy, con ese fascinante y particular estilo narrativo, fragmentario y paródico al mismo tiempo, se sirve de la combinación de un relato de tipo confesional con otro de carácter documental y burocrático, además de lo epistolar, para distorsionar poco a poco la historia que quiere contarnos y que sitúa en la década de los 30 del pasado siglo, una historia extraña, bizarra si se quiere, protagonizada por un comité de «sabios» que buscan crear un «antropoparque» con indígenas, los propios indígenas, el artífice de su llegada desde Perú a Argentina y su criado. 

Todo resulta delirante en esta novela, por chocante, pero lejos de creer que no hay discurso, Larraquy traza de forma magistral —para mí— un perfil sobre las incongruencias del conservadurismo de derechas, además de poner sobre el papel temas candentes hoy como el supremacismo y el racismo o el patriarcado, y lo hace profundizando en la importancia del lenguaje, en cómo el lenguaje construye el pensamiento y cómo ese pensamiento puede generar una ideología peligrosa. Y es que, como escribe el autor argentino: «no hay moral sin auxilio de la lengua».

Por si todo ello fuera poco, Larraquy ahonda en episodios históricos de su país —un tanto despreciables— y también aborda la fantasía científica —esa telepatía que da nombre al título tiene su por qué— para hacernos conscientes de la fragilidad del ser humano en la sociedad de ayer y de hoy. Experimentación, hibridación textual, exploración doctrinaria y política... La telepatía nacional es un artefacto que difícilmente uno puede describir en su totalidad porque guarda en su engranaje múltiples y diminutas piezas con las que ha logrado ensamblar, una vez más, un relato que cautiva, que mantiene al lector atento a la próxima ocurrencia o giro, una historia en la que la lengua y el lenguaje, y por ende la escritura y la propia literatura, son la acción y la experiencia. «[...] el léxico es la huella de un estímulo exterior a la consciencia y la prueba de que ese exterior existe y nos toca», escribe Larraquy en un momento dado de la novela. Las palabras como constructo social y emocional, como elemento que configura todo y a todos.

'La telepatía nacional' (Fulgencio Pimentel), de Roque Larraquy.