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Reconocimiento a una trayectoria

Bofill, el último homenaje en Barcelona

El más internacional arquitecto barcelonés recibió el título 'honoris causa' de la UPC en Santa Maria del Mar

Ricardo Bofill, con su muceta de color bronce, como le corresponde por su oficio, a puno de ser coronado con el birrete como ’honoris causa’.

Esta información se publicó el día 14/01/2022. El contenido hace referencia a esa fecha.


Ha sido esta la primera ocasión en que la Universitat Politècnica de Cataluña (UPC) celebraba una ceremonia de concesión del título ‘honoris causa’ en Santa Maria del Mar, que como improvisado paraninfo no tiene igual, y, bien visto, tiene lógica la elección, porque el homenajeado ha sido Ricardo Bofill, profeta de la arquitectura, no solo porque la haya predicado y haya dejado un sinfín de discípulos por el mundo, sino por lo tópico, porque esta, Barcelona, es su tierra, y en ella siempre ha sido recelosamente recibido. Ha sido un acto extrañamente hermoso. ¿Por qué?

Primero, por supuesto, por la puesta en escena. Santa Maria del Mar es una de las construcciones más magníficas de la ciudad. Si de decidir un podio se tratara, el debate no sería fácil, pero la mayor parte de rivales serían arquitecturas posteriores al derribo de las murallas de la ciudad, una cuestión a la que Bofill, en su discurso de aceptación del título académico, hizo una interesantísima reflexión. Luego se detallará.

La cuestión es que el altar, foro de la creencia, ha sido ocupado durante un par de horas por la ciencia. Tal vez la UPC más que ninguna otra universidad de la ciudad simboliza la ciencia como pilar del conocimiento y ahí estaban, con toda su teatralidad, los académicos, con sus togas, birretes, puñetas y, sobre todo, sus mucetas, esas capas que a lo largo de la historia se han ido acortando no se sabe muy bien por qué hasta quedar por encima de los codos y en las que cada color simboliza un saber. Las había azul turquí, representativas de las ciencias puras, pero Bofill, como arquitecto, ha lucido ese marrón casi bronce de los ingenieros.

Los rituales que comúnmente se celebran en Santa Maria del Mar y otros centros de culto católicos de la ciudad son de sobras conocidos. Los del laico ‘honoris causa’, probablemente, no. Y están muy reglados.

El nuevo doctor es presentado por un padrino, en este caso, el profesor Félix Solaguren-Beascoa, encargado de exponer los méritos de su ahijado académico. Lo más llamativo, sin embargo, tal vez sea la ‘eucaristía’ final, el acto de consagración. Como fija el protocolo, pero esta vez sobre un altar enmarcado por las 10 columnas más majestuosas de la ciudad, Bofill ha sido coronado con un birrete que simboliza el yelmo de Minerva, se le entregado un anillo con el que se ha esposado con la sabiduría y se le han donado unos guantes blancos, color de la pureza. Es casi como una boda, lo que al nuevo doctor no se le besa. El rector le da un abrazo.

Antes de esa consagración final, no obstante, el nuevo doctor pronuncia un discurso, y el de Bofill, guste o no el legado que deja en la ciudad, ha sido más que interesante. A sus 82 años y aún en activo, con varios proyectos en marcha, habla como siempre, sin importarle el qué dirán, por eso es capaz de afirmar que “Gaudí ha sido el genio más grande de la historia de la arquitectura” (nada polémico hasta aquí) y, minutos después, desdeñar la obra de Le Corbusier, no por su arquitectura, sino por su escasa talla como urbanista. “Odiaba la ciudad, especialmente la mediterránea”.

Bofill es el más internacional arquitecto barcelonés, lo que son las cosas, gracias en parte a Carlos Arias Navarro. De aquel alto cargo del franquismo, último presidente del Gobierno de la dictadura, se ha acordado también en su discurso. “Era entonces alcalde de Madrid y me prohibió volver a construir en España, así que tuve que trasladarme a trabajar a París durante 30 años”. De hecho, la relación de Bofill con la autoridad ya tenía un currículum de rebeldía. La Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB) que este jueves le ha elevado a doctor es la heredera de la misma facultad en la que no pudo finalizar sus estudios por ‘rojeras’. Fue expulsado en 1957 y tuvo que completar sus estudios en el extranjero. Eso y Arias Navarro hicieron que de manera involuntaria fuera durante una parte de su trayectoria profesional profeta en su tierra, aunque siempre con el edificio Walden (el mayo del 69 francés hecho en obra) como faro de su potencial creativo.

Mientras leía su discurso en el altar de Santa Maria del Mar, sobre una pantalla se han proyectado lo que serían los milagros de Bofill, obras ejecutadas y proyectos que por hache o por be en su día quedaron en un cajón. Son todos visitables en la web de su taller. Pero, lo dicho al principio, ha resultado especialmente sabrosa la reflexión que ha hecho sobre Barcelona, ciudad que, en su opinión, no se parece a ninguna otra. Su macedonia de estilos arquitectónicos es realmente nutritiva, dice, pero lo llamativo, desde el punto de vista del ‘honoris causa’, es ese parón que sufrió la Barcelona de los siglos XVI y XVII, durante el renacimiento y el barroco, constreñida dentro de unas murallas que impidieron que sucediera algo arquitectónicamente llamativo. Sin arquitectura no llegaron tampoco las ideas de la ilustración, y esa dolencia, teme Bofill, puede que se esté reproduciendo de nuevo, no por culpa de unas murallas, sino de la visión endogámica de la política actual.

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