"Es una gran audición a la que van las mejores compañías de Rusia, como diez (...). Y ya es para entrar en un teatro y empezar a trabajar". La bailarina malagueña de ballet, Irene Estévez, se ha enfrentado este fin de semana a un nuevo reto en su carrera profesional, su regreso a Rusia, en concreto a la ciudad de San Petersburgo, para intentar hacerse con un puesto en una de las mejores compañías de danza del mundo.

Tras un año en el que su carrera profesional quedó, según sus propias palabras, "estancada" por la covid, Estévez, de 19 años, pudo retomar su aprendizaje en la escuela belga Brussels International Ballet con una nueva beca de la Fundación Málaga, institución que le ha dado apoyo económico todos estos años. Este curso se dedica a preparar audiciones a compañías de ballet, pues como relata "la vida de la bailarina es muy corta".

El inicio de la cuarentena truncó sus planes en Rusia, donde permaneció confinada en el internado de su escuela desde marzo hasta mayo con clases online que poco la ayudaban a mejorar. Fue entonces cuando localizó un vuelo a Tenerife, donde vive su tío, y volvió a España: "Mi madre no se lo pensó, encima la visa de estudiante era válida hasta el 30 de junio".

La escuela de ballet rusa terminó el año escolar sin previsiones de volver a las clases presenciales en septiembre. Es por eso que Irene no pudo regresar: "El curso siguiente costaba lo mismo, 20.000 euros, pero no iba a ser en la escuela, iba a ser online". Fue por eso que la bailarina se vio obligada a permanecer en Málaga practicando por su cuenta.

La covid frenó su carrera

Al principio no podía entrenar. "Un bailarín necesita una sala, espacio, un suelo especial, los espejos, una persona que te corrija", dice. Al menos celebra que pasados unos meses el Ayuntamiento le dejó una clase en la que podía ensayar por su cuenta. Sin embargo, ya no era igual que en el Bolshoi: "Mi nivel había bajado muchísimo, estuve fatal de ánimo", recuerda.

En cuestión de pocos meses, su vida había cambiado por completo, no solo por la imposibilidad de asistir a las clases y perfeccionar su técnica, sino también porque perdió un posible contrato de trabajo en la Compañía Estatal de Ballet de Moscú. La malagueña narra que "justo el fin de semana anterior a la cuarentena" hizo una audición para ingresar en ella: "Me daban como un pequeño contrato, me pagaban un poquito, empezaba a tener experiencia en lo que es el mundo de las compañías (...). Me dijeron que sí, que para el año que viene estuviera allí. Y, claro, en Rusia las fronteras cerradas. No me podían hacer contrato si no estaba allí".

Sin embargo, la bailarina no perdió su ilusión por la danza clásica a pesar de las dificultades y en verano decidió regresar, como suele ser su costumbre en vacaciones, al Russian Masters Ballet Camp, un curso intensivo organizado por la academia rusa Vaganova abierto a ojeadores de las academias más prestigiosas de Europa. Éstos suelen ofrecer becas de estudio a los bailarines, y la malagueña se dijo: "A ver si tengo suerte y me dan algo". Y así fue. Solo asistió el director de la escuela Brussels International Ballet, quien finalmente la invitó a ser estudiante en su centro.

Su nueva escuela

Irene reside desde otoño en Bruselas, donde dice estar muy contenta: "Estoy mejorando muchísimo, antes estaba atascada y ahora he vuelto a ser yo". Asegura que una de sus clases favoritas es Interpretación, pues defiende que la expresividad en una bailarina es esencial. "No deja de ser que tú tienes que transmitir al público la historia que estás contando a través de la danza", razona.

Es por eso que le apasiona el ballet Giselle, una obra del año 1841. Esta historia narra la vida de una joven campesina que se enamora de un príncipe, quien finge amarla también. Cuando la muchacha se da cuenta de que su amor es falso, sufre un ataque de locura que le lleva a clavarse una espada y morir. Es por eso que el príncipe, sintiéndose culpable, decide acudir al cementerio donde está enterrada. Estévez sostiene: "El acting es muy importante, si eres Giselle tienes que transmitir que has muerto de verdad".

Pero una bailarina de ballet necesita más. Como en el flamenco, dice, "hay que tener duende» para destacar, porque «la técnica sola no basta".

Aunque Irene Estévez es una bailarina de élite comparte las inquietudes de cualquier estudiante que reside fuera de su ciudad: "Que si toca hacerte la comida, luego tener que recoger tus cosas", relata sobre su experiencia viviendo en un piso en la capital belga, un estilo de vida muy diferente al internado de Moscú. Pero lo que no ha cambiado es su dedicación: su entrenamiento se prolonga desde las nueve de la mañana hasta pasadas las seis de la tarde, un horario que se alarga cuando tiene audiciones como la del pasado fin de semana. Mucha suerte.