La vida es un encuentro constante, con uno mismo, con el otro y con lo otro. Es un hallarse. En ese recorrido, que sabemos que es finito, uno se tropieza constantemente, pero en ese tropiezo llega a reconocer parte de su naturaleza. No es algo malo, es humano, como humano es amar, sufrir, cuidar, despreciar, alegrarse, aborrecer, defender o atacar...

Somos animales complejos, aunque bastante simples, lo cual resulta una contradicción, pero es que vivimos en la incoherencia, así hemos construido el mundo. De ahí, la necesidad de querer encontrar, de necesitar más bien, un consuelo. De ahí, nuestra perseverancia en la búsqueda de un sentido. Yo quiero entender y entenderme, pero suelo perderme en ese proceso, como todos tarde o temprano. Es entonces cuando pienso en Jean Daive hablando sobre Paul Celan, diciendo que el poeta lee lo que sea y donde sea, «porque la palabra remite a la memoria y es un espacio imaginario donde tiene lugar la legibilidad del mundo». Sí, yo leo para poder leer el mundo, y para formar parte de él.

Decía que la vida es un encuentro constante, y tarde o temprano sabía que iba a encontrarme con Chantal Maillard, con su escritura, con su pensamiento. Era cuestión de tiempo. Nada mejor para acercarme a ella que el volumen que ha publicado Galaxia Gutenberg, Lo que el pájaro bebe en la fuente y no es el agua, donde se reúne la poesía que la autora malagueña ha publicado en lo que llevamos de siglo XXI. El hallazgo, por mi parte, ha sido mayúsculo. La fascinación, absoluta. Mi devoción para con ella, ya definitiva. 

La obra cuenta con un estudio preliminar de Virgina Trueba y una posdata de Miguel Morey.

Escribía Josep Maria Esquirol que «lo herido es el corazón». Y he hallado en la serie de poemarios que comprenden este título esa herida, esa vulnerabilidad del ser humano, también su pasividad y capacidad de provocar, y soportar al mismo tiempo, dolor. Un dolor agudo, punzante, grave, pero no por ello incapaz de superarse. Maillard (nos) habla de instantes, de gestos, de trayectos y encrucijadas, de impactos, de miedos... También nos hace tomar consciencia, nos despierta y nos conmueve, y ofrece desinteresadamente pequeños milagros en forma de profundas reflexiones en las que aflora una gran inteligencia y donde demuestra su ternura, no exenta de las angustias que todos acarreamos.

A menudo una palabra es el punto de partida, y Maillard nos dice que volvamos a ellas para salir a flote, para coger aire y aguantar después en el fondo. Sus poemas, como estructuras que conforman su pequeño universo, horadan en lo más profundo del ser, porque en ellos se sincera. Es a través del lenguaje que ella ha sido y es, por más que, como dice en uno de sus poemas, las palabras incomodan las más de las veces. Ciertamente, algunas de ellas son sacudidas, pero es gracias a ese zarandeo, a esa agitación, que uno logra despertar. Por eso le doy las gracias a Maillard, como también le doy las gracias a Virginia Trueba por el magnífico estudio previo, pues resulta clarificador. Uno sale catapultado hacia algo superior tras la lectura de estas obras, de estas palabras, de este sentir. Maravillado estoy.