«¿Quizá la eternidad y el infierno son expresiones ingenuas de algún viaje inevitable?», se preguntaba Paul Valéry. ¿Un viaje hacia dónde? ¿Hacia qué? ¿Hacia un mundo de ideas, de voces y secretos, de llantos? Eternidad e infierno son expresiones que definen, creo yo, el viaje que Natalia García Freire ha emprendido hacia su propio universo literario, y no son ingenuas en su caso, no pueden serlo porque de ambas se nutre, nutre su literatura.

Existe en la autora ecuatoriana algo que se vuelve fango y que modela a su antojo, generando una atmósfera un tanto opresiva y donde se revela una luz que es también oscuridad y que penetra en el lector, marcándolo. Sí, así es, García Freire, su literatura, hace mella, cala hondo, porque ella misma hunde sus raíces en lo más profundo y oscuro del alma e implanta una semilla que brota en forma de lenguaje e imaginación.

Sería fácil decir que la escritora de Nuestra piel muerta (La Navaja Suiza) bebe del agua que emana del realismo mágico. Ciertamente, sus historias están impregnadas por ese halo de lo irreal, pero también lo están de lo animal, de aquellos impulsos primarios que vienen a decirnos que todos somos carne y herida.

En Trajiste contigo el viento, su segunda obra —me resisto a definirla como novela, porque no es una novela al uso—, García Freire expande su radio de acción para crear uno de aquellos paisajes que difícilmente puede uno olvidar: Cocuán. Es este un territorio ignoto para el lector, y una especie de abismo para sus habitantes. «Nada en Cocuán es lo que parece. Estamos hechos de polvo y mal, como las pesadillas», leemos. Y no es esta la única alusión a ese lugar de tinieblas y locura, no: «Decías que el nuestro no era un pueblo, sino la agonía del campo».

Un viento extraño, perturbador, que determina las vidas de los lugareños, sus comportamientos, sus pequeñas historias, un viento que alimenta los mitos, que condena, al cual temer y por el cual más vale convertirse en salvaje —«Aquellos que viven en temor se convertirán en salvajes» escribe García Freire—.

Es el viento, y Mildred, una de las habitantes de Cocuán, el hilo conductor de este relato que nos es contado a través de nueve voces —voces que parecen hablar desde el umbral mismo de la tumba—, de nueve personajes que parecen vivir en un delirio constante, sin posibilidad de escapatoria. Y es que en Cocuán todo resulta insólito y misterioso, vulgar. Al mismo tiempo, existe una fuerza que todo lo atrae, una especie de milagro que sobrevuela este pueblo perdido que aúlla. Eso es lo maravilloso de la prosa de Natalia García Freire, su capacidad para tensar la cuerda manteniendo el equilibrio perfecto entre la gracia y la desgracia, entre la llama que alumbra el camino y la negrura de la noche.

Uno vuelve a quedarse prendado por la portentosa facilidad de la escritora ecuatoriana al crear ese desasosiego espiritual y existencial, por generar esta fantasía terrosa plagada de bramidos silenciosos y palabras coaguladas. Es Natalia García Freire una auténtica delicia para la literatura actual.

'Trajiste contigo el viento' (La Navaja Suiza), de Natalia García Freire.