Festival de cine internacional
George Miller desconcierta en Cannes con su fantasía ‘anti-Mad Max’
‘Tres mil años esperándote’ es una extraña película protagonizada por Tilda Swinton e Idris Elba, carente de acción y con un cierto deje 'new age'

El realizador George Miller y los actores Tilda Swinton e Idris Elba en la presentación de ’Tres mil años esperándote’ en Cannes. / GUILLAUME HORCAJUELO
Nando Salvà
La penúltima película que George Miller presentó en Cannes, ‘Mad Max: furia en la carretera’ (2015), es una majestuosa continuación de la saga que le dio su renombre y hasta hoy, quizá, el mejor ‘blockbuster’ de este siglo. La que lo ha traído hoy de regreso a la Croisette, ‘Tres mil años esperándote’, ha sido definida por él mismo como “anti-Mad Max”, así que a priori había motivo para recelar de ella. Todo sea dicho, la comparación no alude a méritos artísticos, sino a una cuestión de concepto: si ‘Furia en la carretera’ consistía en una trepidante persecución durante la que los diálogos eran casi irrelevantes, la nueva película transcurre mayormente en una habitación de hotel, en la que Tilda Swinton e Idris Elba no paran de hablar en albornoz. Y de hecho la película intenta demostrar, entre otras cosas, lo valiosas que son para el ser humano las historias que nos contamos. Es una pena que no predique dando ejemplo.
Swinton es una doctora en literatura de visita en Estambul; Elba es el genio de la lámpara que se le aparece de repente y que, para convencerla de que le pida tres deseos, decide explicarle su larga biografía, que se prolonga a través de milenios, dinastías y continentes. Lo que sigue es una sucesión de ‘flashbacks’ que nos transportan sucesivamente a la corte de la reina de Saba, el imperio otomano y la Turquía del siglo XIX. Tanto con la sucesión de relatos como con lo que sucede una vez la pareja sale finalmente de la habitación, Miller parece querer hablarnos de lo necesarios que son nuestros deseos y de los peligros que entrañan, de cómo nuestra dependencia de la tecnología y la ciencia nos ha separado de lo que nos hace verdaderamente humanos y, sobre todo, del amor. Esa, al menos, es la idea. La cursilería y el deje ‘new age’ que los floridos diálogos aquejan, en cualquier caso, interfieren en ella.
Entretanto, Miller da muestras de su inagotable imaginación y su habitualmente disfrutable gusto por lo excéntrico, pero para ello recurre al tipo de esteticismo propio de los anuncios de perfume: composiciones abigarradas, imágenes alteradas a base de saturación cromática e hipercontraste y efectos especiales orgullosos de su propia artificialidad. Algunos llaman a eso belleza.
Contra los asquerosamente ricos
Gracias a títulos como ‘Play’ (2011), ‘Fuerza mayor’ (2014) y el que le proporcionó la Palma de Oro en este festival, ‘The Square’ (2017), Ruben Östlund se ha confirmado como un observador especialmente implacable de la conducta social humana y, en particular, de nuestras flaquezas y nuestra estupidez. Y los personajes de ‘Triangle of Sadness’, presentada aquí hoy a concurso, probablemente sean los más ridículos de toda su filmografía, en buena medida porque son millonarios. El crucero de lujo en torno al que el relato orbita, después de todo, incluye entre sus pasajeros a un oligarca ruso que se declara “el rey de la mierda”, y a una amable pareja de ancianos que se quejan de cómo las nuevas leyes han perjudicado su negocio de venta de minas antipersona; es lógico que, llegado el momento, el director sueco decida que gente de esa calaña merece un severo castigo, que entre otras lindezas implica convertirlos en víctimas de un pandemonio de vómito y heces.
Mientras los contempla, Östlund se preocupa por suministrarnos dosis generosas y casi siempre certeras de humor negro y sátira. Por momentos, es cierto, se le va la mano; algunos ‘gags’ se prolongan hasta bastante después de lo que la eficacia cómica recomendaría. Sin embargo, y como certifica la estruendosa ovación que la película ha obtenido en su proyección para la prensa, eso no merma el placer morboso que nos proporciona comprobar a los asquerosamente ricos, los guapos y los pijos resquebrajarse.
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