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Enemigas públicas del régimen ruso

Masha, de Pussy Riot: "Putin es un maniaco pretendiendo ser un nuevo Stalin"

El colectivo punk sale de gira por Europa para denunciar la guerra de Ucrania con el espectáculo ‘Riot days’, después de que Masha, Maria Aliokhina, en arresto domiciliario por su labor activista, huyera de Rusia para instalarse en Islandia

Una actuación de Pussy Riot.

Hace casi diez años, el 17 de agosto de 2012, cinco chicas con pasamontañas tomaban el altar de la catedral de Cristo Salvador, de Moscú, a golpe de guitarrazo punk, para pedir a la madre de Dios que echara a Putin de su país. La actuación del grupo, Pussy Riot, fue abortada tras apenas un minuto y la sentencia que les cayó encima, de dos años de cárcel, no las escarmentó contra seguir adelante con su arriesgada misión: “Denunciar la situación que vive Rusia, que ahora ha empeorado drásticamente con la guerra”, apunta a este diario por vía telefónica su portavoz Maria (o Masha) Aliokhina.

Reincidente en sus acciones de denuncia, Masha se fugó de Rusia hace unas semanas, burlando a los aduaneros con su vestimenta de repartidora de comida. Pasó a Bielorusia, luego a Lituania, y de ahí voló a Islandia, donde tiene amigos en la comunidad artística y desde donde partió luego para emprender una gira europea con Pussy Riot que esta semana anda por tierras alemanas y que recalará en Barcelona (Razzmatazz 2) el 1 de junio. “He estado en libertad restringida desde hace casi año y medio”, explica Maria Aliokhina. “Me arrestaron seis veces, 15 días encerrada cada vez, y finalmente en arresto domiciliario, obligada a llevar un brazalete electrónico”. 

Censura de guerra

Hasta ahora había dejado claro que no pensaba abandonar Rusia, su casa. “Decidí salir para llevar a cabo la gira, tal y como estaba planeado desde el pasado noviembre. En Rusia nuestras actuaciones son ilegales, cualquier cosa lo es. Pero no puedo hablar de mis planes porque son extremadamente impredecibles. Ahora estamos concentrados en el ‘show’ y hacemos lo que podemos", señala, a la vez que recuerda cómo están las cosas en su país. “Es ilegal llamar guerra a la guerra, y difundir fotos de Bucha o informaciones sobre los soldados rusos que han muerto. Han encerrado a gente conocida en Occidente, como Vladimir Kara-Murzá [periodista y opositor], por haber hablado contra la guerra en el parlamento de Arizona. Es una censura de guerra y por cualquier cosa pueden abrirte un expediente criminal”.

Su huida es solo una más, asegura, a sumar a los “casi cuatro millones de personas que han marchado de Rusia desde el principio de la guerra”. Consecuencia de un conflicto en el que “los propagandistas de los medios rusos trabajan para alimentar odio en la población y por ello son tan responsables como los militares”. Opinadores televisivos que hablan como si nada de lanzar mísiles a París o Berlín. “No están provocando, sino demostrando permanentemente su poder”.

Lazos rotos

Y ahí, ¿el señor Putin, ha superado sus expectativas? “Es un maldito maníaco pretendiendo ser un nuevo Stalin ganando a los nazis. Pero ahora no hay nazis, y esta es una guerra sangrienta contra un país en el que hay profundos lazos familiares. Muchos rusos con familiares en Ucrania, y al revés, y esos vínculos ya no volverán a ser los que fueron”. Masha cree que los anuncios de embargo del petróleo y el gas rusos por parte de la Unión Europea “llegan tarde y son insuficientes, pero es un comienzo”.

Todo ello impregna ‘Riot days’, el espectáculo que Pussy Riot lleva de gira, que se basa en el libro del mismo título publicado por Aliokhina en 2017. “Es nuestro manifiesto de libertad y paz. Mi historia desde mi primera acción hasta mi último día de cárcel, ampliada con referencias a la guerra de Ucrania”, explica. Una ‘performance’ que ella califica de punk, no tanto pensando en el género musical sino “como forma de vida”, influida tanto por referentes internacionales (una Lydia Lunch) como, sobre todo, “artistas punk de la época de la perestroika, como Kino”.

Pussy Riot sigue su rumbo como colectivo abierto: otra integrante, Nadya Tolokonnikova, vive en Estados Unidos. “Estamos en lugares distintos, pero luchando por las mismas causas, a favor de los derechos humanos”, subraya Maria Aliokhina, que, pese a su currículo, no se considera una mujer intrépida. “Es difícil de decir. Si ves lo que está pasando en Ucrania, no puedes llamarte a ti mismo valiente”.

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