Valentín Volóshinov, lingüista ruso, miembro del llamado Círculo de Bajtín, junto a Mijaíl Bajtín y Pável Medvédev, dijo una vez que «no hablamos más que entre comillas». Es esta una frase que me ha acompañado desde hace mucho tiempo y a la que recurro no pocas veces para intentar desentrañar sus posibles significados. ¿Hablar entre comillas es servirse constantemente de las citas de otros, de sus ocurrencias para legitimar nuestros puntos de vista? ¿O ese entrecomillado es sinónimo de titubeo, de querer cubrirse las espaldas cuando uno no está conforme o seguro de aquello que piensa y dice? ¿Acaso son las comillas una especie de salvaguarda que evita hacer el ridículo, o más bien una clara demostración de pedantería? 

Yo «colecciono» –aquí las comillas sirven para matizar– citas, frases o fragmentos de mis lecturas que hago servir a modo de epígrafes. Son una especie de guía para ordenar mis pensamientos o una llamada a la acción, es decir, un motivo por el cual mi mente se activa para saciar mi afán de curiosidad. Así, a través de estas frases o citas, buceo en ese vasto océano del saber, me interrogo, pues sé que gracias a las palabras, a las historias, puedo llegar a transformarme en otra cosa y puedo llegar a transformar el mundo, mi mundo.

Salvando las distancias, ese mismo ejercicio es el que realiza Brian Dillon en Imaginemos una frase (Anagrama). El crítico y ensayista irlandés colecciona frases de autores que estudia y admira, y a partir de esos mismos fragmentos, que varían en temática, longitud, estructura y lenguaje, ofrece pequeños textos, que son una especie de ensayos milagrosos, porque profundiza en aspectos que uno nunca se hubiera imaginado o que no hubiera prestado la más mínima atención. 

Desde William Shakespeare a Anne Boyer, pasando por Thomas de Quincey, Virginia Woolf, Samuel Beckett, Joan Didion, Anne Carson, John Donne, Hilary Mantel... En total, son 28 las frases y los autores que Dillon considera y disecciona en este libro magníficamente traducido por Rubén Martín Giráldez –y digo lo de magnífico porque no resulta fácil trasladar los agudos y sutiles análisis que aparecen aquí, y que se centran, obviamente, en la lengua inglesa, con sus matices y peculiaridades– y que pone sobre la mesa la complejidad lingüística e intelectual que esconde, en ocasiones, una simple frase.

Lejos de que parezca este un mero ejercicio de vanidad por parte de Dillon –en cuanto a la demostración de conocimiento específico y articulado que nos brinda a los lectores–, este libro es, al menos para mí, el ejemplo perfecto de cuán importante es la palabra, el lenguaje y la literatura, y de los sacrificios y esfuerzos, además de las pasiones, que se encierran en un fragmento. Y es que construir una frase conlleva también una responsabilidad por parte del autor para con la literatura y para con el lector y su inteligencia. Escribir (escribir bien) es un acto de compromiso, y por esa misma razón, cuando uno lee estos breves ensayos, toma consciencia del verdadero valor que tiene la escritura, la literatura.

'Imaginemos una frase' (Anagrama), de Brian Dillon.