¿Qué hay detrás de un libro? ¿Cómo se gesta? ¿Qué elementos son los primordiales para escribir un libro? ¿Todos los libros se escriben del mismo modo, con la misma fórmula? Todas estas preguntas son en realidad una misma cuestión que tiene que ver con el proceso creativo de un autor u autora, y es esa cuestión, precisamente, la que siempre me ha despertado mayor curiosidad cuando he terminado una lectura que me ha entusiasmado. 

Imagino que es algo normal querer saber cómo lo hacen, cómo logran ese efecto para que, a través de las palabras, del lenguaje, de la estructura narrativa, uno sienta algo profundo dentro de sí mismo. A veces creo que es cuestión de magia, porque no sabría explicar de otro modo ese impacto.

Hay mil y un cursos de escritura narrativa que explican mejor que yo cómo se escribe un relato o cómo iniciarse en la novela. Ofrecen un desglose con todos aquellos elementos que uno ha de tener en cuenta: personajes, historia, tono, ambientación... Una vez se tenga en cuenta esto, el juego se complica, porque hay que añadir más capas gracias a la psicología de los personajes, los posibles giros de la historia, las ricas descripciones que permitan al lector ser un testigo más de la escena... Hablamos de un arduo trabajo, casi mecánico, que en ocasiones puede resultar magistral pero que por desgracia –al menos para mí– la mayoría de las veces no lo es y hace que pierda totalmente el interés por lo que estoy leyendo, porque todo me parece artificioso, forzado.

'Cómo escribí algunos de mis libros' (Nórdica), de Raymond Roussel.

Decir que la literatura que me interesa es la que exige por parte del lector un mayor compromiso, no es ninguna novedad. Así he llegado a un buen número de autores que me han generado cierta conmoción y, sobre todo, me han invitado a descubrir las infinitas posibilidades del lenguaje, de la literatura misma, además de llegar a entender la literatura como un verdadero arte. Raymond Roussel sería uno de esos autores, un escritor al que tildaron de loco, del que se rieron varias veces –él mismo lo confesó–. ¿Por qué motivo? Por la incomprensión, porque muy pocos de sus contemporáneos llegaron a entender su manera de hacer y sentir la literatura.

Roussel fue, qué duda cabe, un adelantado a su tiempo. Su técnica rompió todos los esquemas convencionales de la narrativa y de la poesía, también del teatro, ya que en ella jugaba un papel esencial la imaginación y el azar. De forma aleatoria confrontaba palabras, ideas e historias en una especie de desafío semántico sorprendente. Fue precursor del surrealismo, y su figura es clave dentro del movimiento OuLiPo. Hoy en día nadie duda de su valía, fruto de un atrevimiento inusual, de su afán por la experimentación.

Leer las obras de Raymond Roussel no es tarea fácil. Son como mecanismos crípticos que hemos de descifrar y es por ello que el breve texto Cómo escribí algunos de mis libros (Nórdica) resulta una ayuda encomiable, ya que es el propio autor quien nos descubre algunos de sus pequeños misterios, algunas de sus fórmulas en apariencia ininteligibles. Con autores como el francés, y con obras o artefactos como los suyos, uno se da cuenta de que los caminos de la literatura son inescrutables. 

'Cómo escribí algunos de mis libros' (Nórdica), de Raymond Roussel.