Existen libros cuya lectura afecta, bien porque mantienen al lector en una tensión constante o porque llegan a incomodarlo. Eso, aunque parezca un indicio de algo negativo, no siempre es así. Es más, en muchas ocasiones son esas lecturas que no nos dejan indemnes las que mayores sedimentos proporcionan a nuestro cerebro para expandirlo. ¿Quiere esto decir que para gozar de una buena lectura hay que sufrir? No, ni mucho menos, pero sí se precisa cierta dosis de exigencia. Al fin y al cabo, la literatura –como yo la entiendo– es un ejercicio intelectual, un arte que busca ir más allá de las posibilidades del lenguaje y de la imaginación. Así, los buenos libros, esos que realmente te marcan y de los que aprendes que existe algo superior en esto de la escritura, son los que dejan un rescoldo en tu interior, una pequeña llama viva.

Leer a David Markson, leer su obra La amante de Wittgenstein que ahora ha reeditado Sexto Piso con traducción de Mariano Peyrou, inquieta y fascina por igual gracias a la narración de una mujer que escribe una serie de notas o pensamientos inconexos, muchos de ellos reiterativos, cuestiones o equívocos sobre los que vuelve una y otra vez, generando un relato en el que poco a poco nos desvela quién es: la última persona sobre la faz de la tierra, una superviviente.

Todo es una sorpresa en este libro. Lo es porque uno no sabe qué dirección tomará la protagonista con esa extraña y un tanto disparatada autobiografía que comparte con un lector que, en realidad, para ella no existe. ¿Por qué escribir, por tanto? ¿Para qué contar que ha vivido en diferentes museos alrededor del mundo, que se ha servido de los marcos de obras maestras para poder calentarse en invierno, que incendió una casa en la playa, que su hijo fallecido se llamaba Simon? ¿Para saber qué hacer a continuación? ¿Para intentar mantener la cordura? ¿Para saber qué piensa, qué mira, qué ve y lo que significa? ¿Para no sentirse sola?

Son tantas las preguntas como respuestas las que uno puede hallar en este libro que resplandece en la oscuridad gracias a la experimentación narrativa y del lenguaje, y gracias, también, al viaje que realiza la protagonista a través de su distorsionada memoria, desde la épica homérica al arte contemporáneo, desde la historia antigua a la filosofía del lenguaje, desde Paris y Helena a Turner, De Kooning, Wittgenstein, T. E. Shaw y William Gaddis, por citar sólo algunos de los nombres que aparecen en estas páginas y que te incitan a explorar nuevos mundos, sus mundos.

La amante de Wittgenstein es una obra en la que la escritura se presenta como salvoconducto ante la locura, ante el delirio y el desamparo, ante la incomunicación y la experiencia de la protagonista de saberse única sin querer serlo. La escritura como ese férreo vínculo con esa vida anterior, con la memoria que genera ese sentimiento de nostalgia, como un elemento que cohesiona la realidad en la que uno vive sin saber realmente ya quién se es, o qué se es. Son estos los libros que expanden nuestro cerebro, los que necesitamos. 

'La amante de Wittgenstein' (Sexto Piso), de David Markson.