La primera vez que vi en mi vida a María Dueñas era sábado, estábamos junto a un quiosco de prensa de la calle Santa Engracia, de Madrid, ella llevaba un bolso marrón claro con el que se tapaba las rodillas y nos saludamos como si ambos viniéramos de un largo viaje en el que habíamos coincidido sin hablarnos. Pero era la primera vez que nos veíamos. Luego, cuando pasó un instante desde la despedida, me di cuenta de que aquella mujer con la que acababa de coincidir era precisamente María Dueñas, escritora ya de mucho éxito, que estaba allí, simplemente, para comprar un periódico. Probablemente no sabía quién era el que acababa de abordarla, y ella luego se iría a su casa, o adonde fuera, olvidándose por completo de aquel saludo accidental de quien bien podía ser un admirador o un pesado que, como ella, se había parado a comprar cualquier cosa y algunos periódicos.

Ese incidente sin importancia rodeó la vida de este periodista siempre que, a partir de entonces, me encontré con sus libros, con sus declaraciones, con el devenir realmente exitoso de su ahora ya larga carrera, aunque sólo haya publicado hasta el momento cinco novelas, la muy conocida El tiempo entre costuras, además de La templanza, Misión Olvido, Las hijas del Capitán y, todavía fresca en las estanterías, Sira. Todos esos libros han tenido una voluntad de contar, con paciencia y conocimiento, historias que no tienen nada que ver con ella, pero a las que confiere no solo la audacia de saber, sino la consecuencia de investigar.

Esa actitud, tan consciente, tan obligada a hacer de sus historias una obligación literaria y una explicación de sí misma, se parece al carácter de aquella mujer a la que saludé en Santa Engracia sin mucha conciencia de a quien estaba cumplimentando.

Este hecho, que me llenó de culpa como periodista, me hizo luego hacerle al menos dos entrevistas (esta es la tercera), invitarle además a una sesión de conversaciones en Arona, en el sur de Tenerife y, en definitiva, mantener con ella una relación que ya supera el despiste en el que caemos aquellos que vamos por la calle sin saber a quién de veras saludamos. Es una suerte conocerla, y leerla, y eso dirán los muchos que se le acercan, a saludarla también, en las numerosas ferias a las que asiste (acaba de estar, con gran éxito, en la de Buenos Aires, pues Sira, la última novela que ha publicado, siempre en Planeta, tiene como uno de sus protagonistas a la impar Evita de Perón). Esa notoriedad que sigue a la publicación de cada uno de sus libros no la ha envanecido, de modo que no es de desplantes de diva, sobre todo porque nunca se ha sentido una diva.

Es curioso que en la historia de nuestras entrevistas solo hubo aquella en Tenerife que fue hecha en persona, ante público. Además, no era para prensa. Las otras se hicieron por cualquiera de los presentes artilugios cibernéticos, una vez por la dichosa pandemia y ahora porque sus horarios y sus viajes la mantenían fuera del alcance de un mano a mano. Así pues, conozco bien las paredes de su casa, limpias y soleadas, la he visto sonreír ante algunas preguntas, pero la suerte de entrevistar no me ha dejado espacio para el encuentro personal que requiere un cuestionario en el que íbamos a hablar, por ejemplo, de la vida en la infancia. Aun así, ella salvó la situación y en algún momento pareció que estábamos en la misma sala de estar, hasta el punto que, cuando ya le íbamos a dar el adiós a la pantalla, ella dijo lo siguiente cuando le di las gracias por haberme atendido: “¿Ya hemos terminado? ¡Pues qué charla más grata! Gracias a ti, como siempre. Bueno, ¡me has tirado mucho de la lengua! ¡A ver qué pasa!” Y he aquí todo aquello de lo que hablamos.

Dueñas en la Kasbah de Tánger (Marruecos), uno de los escenarios de su última novela, 'Sira'. Carlos Ruiz

P. Ya sabe que en esta serie de entrevistas tratamos de saber, también, qué hubo en la infancia de los entrevistados, a partir de unos versos de un poeta alemán, Michael Kruger, que, en uno de sus poemas, explica que a veces la infancia le envía una postal. ¿Qué postales le manda a usted la infancia?

R. Me manda muchas. Constantemente. Ahora en verano, por ejemplo, recuerdo las comidas de verano con mi familia, debajo de una parra. Sin prisa, tarde, después de haber ido a la piscina. Comíamos mucho gazpacho, salmorejo, sandía y melón de postre. Y, bueno, esa postal es de mi familia completa. Ahora falta mi madre, un hermano…

P. ¿Cuándo empezó a descubrir que la infancia se iba terminando?

R. Yo tenía ganas de que terminase la infancia porque me quería ir de casa. Quizá porque éramos muchos allí. Quería ser independiente, ver mundo… por eso no me importaba que terminara la infancia. Llegar a la adolescencia fue un tránsito bastante fluido, con las hormonas revueltas, pero sin contratiempos. Pero, ya te digo, yo quería salir de casa.

P. ¿Eso le sirvió para la literatura?

R. Sí. Pero más que por lo que viví, por lo que leí. Leía novelas de Julio Verne, Los cinco…. O sea: la literatura me sirvió como evasión. No había televisión ni Internet, así que ahí estaban otros mundos. Ese poder de la literatura de sacarme de la realidad me fascinaba.

P. En su literatura hay pasión y parsimonia. ¿Eso forma parte de su carácter?

R. Bueno, no soy una loca que se tire a las piscinas ni alguien que siempre esté quieta. Pero sí intento ponerle emoción a las cosas. Puedo ser relativamente apasionada, sí. La parsimonia… no: voy con serenidad, sin arrebatos, pero creo que no encajo dentro de la parsimonia. Yo me fui a Madrid con 17 años. Pero tampoco era un sitio tan lejano. El gran cambio fue cuando me fui a Estados Unidos, al terminar la carrera. Estudiaba y daba clases de español en Michigan y ahí creo que salí por completo del cascaron. Vivir por mi cuenta, sin apoyo de nada, en otro país… me abrió los ojos al mundo.

P. ¿Y cómo le pareció el mundo?

R. Pues me pareció mucho más variado, más rico del que yo había vivido. La biblioteca de la Complutense era muy burocrática, por ejemplo. Y en Estados Unidos no. Tú ibas y cogías lo que te daba la gana. Además, ahí las bibliotecas ya empezaban a estar informatizadas y en España no. Había gente de mil sitios en la Universidad, tenía una pareja de lesbianas que eran muy amigas mías, cosa que en España no podía ocurrir. O eso pensaba entonces. El mundo era mucho más desinhibido que en España, eso sí.

"En España falta sentido común, raciocinio, sensatez, inteligencia para andar por la vida. Eso falta"

P. Y la España de ahora, ¿cómo la encuentra?

R. Pues… regular. Hemos avanzado, sin duda. Pero aun así… uno no deja de conmocionarse con algunas cosas. Con lo que ha pasado en la frontera de Melilla, por ejemplo. ¡Madre mía! Y, bueno, en este país faltan personas que me seduzcan por lo que hacen, por lo que han conseguido. Me falta a quien admirar a ciegas en este país. Falta sentido común, raciocinio, sensatez, inteligencia para andar por la vida. Eso falta.

P. ¿Ahora mismo está escribiendo alguna novela?

R. Mentalmente, sí. Cuando me siente a escribir ya la tendré escrita en mi cabeza.

P. Eso indica un poder de concentración inmenso, ¿no? ¿De dónde le viene?

R. Pues yo creo que de la infancia, de vivir en una casa muy grande, pero con mucha gente, con una familia grande, quiero decir, con pocos rincones para la intimidad. Y yo creo que eso nos produjo una capacidad para el aislamiento mental.

P. ¿Y eso no le ha inspirado alguna historia?

R. No. Porque yo creo que meto muy poco de mí y de mi familia en lo que escribo. Por lo menos de manera consciente. Es que no quiero poner a los míos en el escaparate. Me parece más interesante crear otros mundos ajenos a mí.

P. ¿Y por qué no ha tenido la tentación de contarse a si misma?

R. No. Nunca. Jamás en la vida. Yo conmigo convivo 24 horas al día y, cuando me pongo a escribir, quiero fijarme en los otros.

P. ¿Cuál es el momento de su vida que no ha podido olvidar nunca?

R. No lo sé… Algo de la vida familiar, tal vez. Es que no he tenido grandes terremotos en la vida.

P. ¿Por qué tardó usted tanto en publicar?

R. Porque yo era una profesora de Universidad con la vida muy ocupada y no tenía idea de que yo iba a escribir y luego publicar. Hay que hacer tesis, artículos, hacer una oposición para ganar tu plaza… todo eso te lleva mucho tiempo. Entonces, hasta los 41 yo estuve en eso. Además tuve dos hijos. En otra estancia en Estados Unidos me planteé escribir y lo hice.

P. ¿Y cómo se le fue mostrando su primera novela?

R. Primero pensé en Misión Olvido, que acabó siendo mi segunda novela. Pero después de volver de Estados Unidos, pensé en mis parientes de Marruecos y supe que tenía que escribir rápido esa historia, porque se estaban muriendo los protagonistas. Aparqué la otra y me salió El tiempo entre costuras.

P. Marruecos es ahora un factor muy disputado en España, pero es una parte importante de nuestra historia.

R. Qué triste, sí. La huella española en Marruecos ha sido muy poco valorada. Deberíamos reivindicar que allí estuvimos nosotros contribuyendo a hacer el Marruecos de hoy. No se ha hecho por dejadez, pienso yo. Pero es parte de nuestro pasado y hay que recordarlo.

P. ¿Cómo se siente convirtiendo en ficción hechos históricos reales?

R. Es que no me resisto a hacer a un lado la académica que llevo dentro. El trabajo universitario requiere rigor y eso se me quedó muy dentro. Me documento mucho y luego utilizo esos escenarios reales para crear mis tramas y subtramas.

"Que mis libros estén con los 'best sellers' no me hiere, pero sí es un poco molesto. Porque esa etiqueta es como un prejuicio, ¿no? Publicar en una editorial comercial y vender mucho no quiere decir que no haga buena literatura"

P. ¿Qué le parece que siempre esté su obra en el lado de los best sellers?

R. Pues… bueno, convivo con eso. No me hiere, pero sí es un poco molesto. Porque esa etiqueta es como un prejuicio, ¿no? Publicar en una editorial comercial y vender mucho no quiere decir que no haga buena literatura. Sin embargo, hay suplementos literarios que no toman en cuenta mis libros, por ejemplo. Aquí en España, digo. Porque en América Latina me dedican páginas enteras.

P. ¿Y eso afecta a su literatura?

R. No, no, no. Ni a mi literatura ni a mí. Porque para mí lo fundamental no es estar en los suplementos, sino tener lectores. Yo estoy encantada con ir a las ferias y encontrarme con ellos y que haya traducciones de mis libros y proyectos audiovisuales basados en ellos.

P. Es usted una persona alegre. ¿Qué cosas interrumpen esa alegría?

R. Más que alegre, soy una persona positiva. Optimista. ¡Que aquí estamos para cuatro días, Juan! Pero sí, me enturbian cosas. Cosas mínimas: un tren que pierdes, una discusión con alguien que quiero. Eso.

P. Su libro más apasionado se llama Templanza.

R. Jajajaja, sí, sí. Cada vez me gusta más ese título. Porque cada vez aplico más templanza a la vida. La pasión entre los personajes de esa novela es contenida pero se manifiesta en el momento justo. Y me gustaba esa idea. Me gusta todavía hoy.

P. A lo mejor eso refleja su modo de ser.

R. A lo mejor, sí.