Se intuye por sus novelas, muchas de ellas pobladas por niñas un punto inadaptadas, que la infancia y la adolescencia de Sara Mesa tuvieron sus zonas oscuras. Es uno de los grandes temas de esta escritora que disecciona las relaciones familiares y / o los usos amorosos armada de un escalpelo que desbroza sentimientos y relaciones de poder, a menudo tóxicos. Su anterior trabajo, ‘Un amor’, un bombazo en librerías llegará al cine de la mano de Isabel Coixet. El actual, ‘La familia’ (Anagrama, de nuevo), hará que más de un lector se plantee crear la suya propia. 

Muchas películas de Hollywood nos muestran la familia como algo parecido a un fuerte del Far West, frente a las numerosas amenazas y violencia del exterior. En su novela ‘La familia’ se nos advierte, sin embargo, de que el peligro está en el interior. 

Puede estarlo, sí, por fortuna no ocurre siempre. El mayor problema en estos casos es la falta de visibilidad, lo que garantiza la impunidad. Bueno, siempre se nos han dicho que los trapos sucios se lavan en casa, ¿no? Yo creo que esta idea sigue todavía en pie para mucha gente. Da mucha vergüenza hablar de asuntos familiares e incluso está mal visto. Suena desleal y desagradecido. Socialmente, la familia ha de ser fuente de orgullo, no de malestar. Hay quien alardea incluso de sus nudos familiares, en las redes sociales se ve constantemente. Pero lo cierto es que cuanto más cerrado sea el territorio familiar, cuanto más aislado se mantenga del mundo exterior, más riesgo hay de que puedan cometerse abusos dentro. Los niños, por ejemplo, se ven en situaciones de gran indefensión porque no tienen dónde comparar. Creen que esa es la normalidad y la asumen.

Ha escrito este libro en plena pandemia. ¿Cree que el ambiente opresivo y obligatoriamente ‘familiar’ al que nos vimos obligados ha marcado el tono de esta novela? 

No lo creo. Yo ya llevaba con esta historia en la cabeza mucho tiempo, muchísimo de hecho. Hay cuentos de mi libro ‘Mala letra’ que son primos hermanos de las historias de esta familia. Y las ideas de encierro, reclusión, etc. ya aparecen en otros libros míos. Lo que sí hizo el confinamiento fue darme mucha continuidad en la escritura, conseguí escribir un libro más compacto y coherente, en este sentido el encierro me vino bien.

Los personajes mi novela llevan el peso de una herencia. Han aprendido a esconderse para sobrevivir. Lo harán toda su vida, incluso cuando ya no sea necesario

Sus libros suelen hablar de personajes inadaptados o incómodos con el mundo, pero diría que esta es la primera vez que aborda la idea de cómo se pueden crear (en el sentido de moldear) personajes así. 

Sí, muy bien visto esto… Fíjate que algunas de las historias de esta familia están protagonizadas por los niños cuando ya han crecido e incluso cuando ya viven fuera de la casa. El hilo que las une al resto del libro es más sutil, pero existe. Los personajes llevan el peso de una herencia. Una herencia psicológica, sentimental, que les hace ser quienes son. Han aprendido a esconderse para sobrevivir. Lo harán toda su vida, incluso cuando ya no sea necesario. Por cierto que esta idea de la transmisión, del eco familiar, aparece también en dos novelas recientes que me gustan mucho: ‘Eco’, de Carlos Frontera, y ‘Vengo de este miedo’, de Miguel Ángel Oeste.

Su ‘pater familias’ está emparentado con el ‘acosador’ de ‘Cicatriz’, una figura masculina seductora que desea controlar (y con ello destruye). 

No había pensado en este parentesco, pero no lo descarto, a menudo soy la menos indicada para analizar mis libros… Son personajes diferentes, claro, pero ambos tratan de someter y a la vez están sometidos a leyes no escritas sobre lo que significa ser hombre: el Knut de ‘Cicatriz’ ha de agasajar y conquistar sea como sea, el Padre de este libro ha de llevar la batuta educativa y moral de la familia. Ambos son controladores y exigentes, ambos están acomplejados, ambos son narcisistas. No lo había pensado, pero sí, se parecen.

Yo suelo inspirarme en gente real al escribir, no parto de abstracciones, y para este personaje también hay un modelo. En realidad, la complejidad de este Padre es la de la vida

Que el Padre (así se le llama con mayúsculas como convirtiéndole en un representante de su condición) sea un dictador y a la vez un tipo seguidor de Gandhi, reniegue de la Iglesia y abrace posturas más bien progresistas, ¿es una forma de darle complejidad al personaje, de huir de lo obvio? 

Sí, por supuesto, pero porque la realidad es así de compleja. Yo suelo inspirarme en gente real al escribir, no parto de abstracciones, y para este personaje también hay un modelo. En realidad, la complejidad de este Padre es la de la vida. Es un dictador, sí, pero tiene los pies de barro y, sin duda, sufre muchísimo. También sufre el hijo mayor, Damián, que tiene una personalidad muy vulnerable, a pesar de su masculinidad, o quizá precisamente por eso, por lo que se espera de él en cuanto primogénito varón. Siempre digo que el patriarcado ha hecho desgraciadas a muchas mujeres, pero también a montones de hombres.

De los personajes de ‘La familia’ se dice que son “sumisos por fuera y agitadísimos por dentro, de un modo que ni siquiera ellos entendían”. ¿Esa sería una buena definición para la mayoría de los personajes de sus historias? 

Esta corriente interior es común a muchos de mis personajes, en todos mis libros. La tensión entre complacer, adaptarse, ser educado, por un lado, y rebelarse, protestar, manifestar los verdaderos sentimientos, por otro. A veces pueden parecer sumisos, pero nunca se les somete del todo. Hay un rescoldo de libertad en ellos, o mejor dicho, un ansia de libertad que no se extingue. Si nos fijamos por ejemplo en los hijos de esta familia: ¿acaso alguno de ellos termina creyéndose al Padre, asumiendo sus principios? No, ninguno. 

De cómo machacan al individuo las convenciones sociales se desprenden otros temas como los prejuicios, el abuso de poder en las situaciones cotidianas o las dificultades de crecer

Si hubiera que seleccionar un tema sobre el que gravitan las preocupaciones de Sara Mesa como escritora, ¿ese sería cómo las convenciones sociales machacan al individuo?

Sí, sin duda. Y de esto se desprenden otros temas relacionados, como los prejuicios, el abuso de poder en las situaciones cotidianas o las dificultades de crecer.

Sé que no acaba de reconocerse en esa etiqueta de rara, turbia y ‘malrrollera’ con la que la crítica la ha ‘condecorado’. Lo cierto es que al lector le cuesta admitir que puede identificarse con esos personajes tan incómodos e inadaptados.

No, este tipo de reacciones no las busco. A lo mejor algunos piensan que soy ‘malrollera’ porque en el fondo sí se identifican con las historias que cuento y no les gusta. No lo sé. Sí me preocupa una tendencia que percibo últimamente que juzga si el libro es bueno o no en función de si se empatiza o no con los protagonistas. El concepto de empatía está bien, sin duda es lo que nos anuda a las narraciones, el problema es que esa empatía ahora se entiende de una forma muy superficial, como una mera correspondencia o incluso un querer ser. Bajo esa premisa, ‘Crimen y castigo’ nunca sería un buen libro, porque a ver quién empatiza con Raskólnikov, el asesino de ancianas.

Ahora le esperan varias adaptaciones de sus trabajos, al cine o las series. ¿Espera algo de ello o es algo muy alejado de la escritura?

Pues mira, me han ofrecido en ocasiones hacer guiones y escribir para la televisión, pero hasta el momento no lo he visto claro, creo que mi lenguaje es otro y prefiero evitar distracciones. La verdad que estoy muy centrada en eso, en escribir, me ha costado muchos años conseguirlo y ahora no quiero soltarlo asumiendo otras tareas. En cuanto a las adaptaciones audiovisuales de mis propios libros, asisto al proceso con curiosidad y alegría, pero desde la distancia.