José Ovejero acaba de publicar un nuevo libro de relatos, Mientras estamos muertos (Páginas de Espuma). Con el escritor madrileño hablamos sobre esta obra, quizá una de las más personales de su autor, gracias al buen hacer de Juan Casamayor, editor del sello de cuentos por antonomasia de la literatura en español.

Todo libro es, en cierto modo, un viaje. Ya sea éste temporal, emocional o físico. Mientras estamos muertos nos invita a ese viaje.

Claro, el viaje al pasado es también un viaje emocional, no son recuerdos fríos o un conocimiento puramente intelectual. Ese viaje al pasado, obviamente, va unido a sentimientos, a emociones, a incomodidades, porque este es un libro que se centra mucho en una historia de la familia, que en buena medida es la mía, y digo en buena medida porque hay también ficción, no sólo memoria. Hay algo que se revuelve y remueve una serie de historias que, en principio, tenía olvidadas; uno se da cuenta que olvidamos menos de lo que creemos.

Hablas de esas incomodidades, y sí que es cierto que hay algunas escenas y pasajes que son bastante duros dentro de la propia ternura que invade los relatos.

Sí. La familia es un lugar doloroso. Puede ser una familia absolutamente feliz, pero es en la familia donde uno vive su primer NO, donde se encuentra con las primeras limitaciones, frustraciones, exigencias, y también silencios. En todas las familias hay cosas de las que no se hablan. Si hablas con cierta honestidad, te encuentras con esos momentos, con esas situaciones, con esos recuerdos que duelen o que son duros, porque en muchas familias –yo diría incluso que en todas– hay alguna forma de violencia, que puede ser más explícita o menos.

Ciertamente, no estamos acostumbrados a hablar sin ambages de esas relaciones familiares. Intentamos, sobre todo de cara a los demás, compartir una visión bastante idílica.

Es como ese famoso dicho de lavar los trapos sucios en familia. Para afuera hay que dar la imagen idílica, y para adentro pueden pasar horrores. A mí me parece que es muy sano no lavar esos trapos sucios en familia. Es mejor no crear esos silencios, esos tabús, esas prohibiciones.

«Si la escritura es honesta, te lleva también a esos lugares que preferirías evitar»

¿Qué tiene de particular el marco geográfico de estos relatos?

Es un barrio obrero de Madrid, aunque podría ser de cualquier otro lugar, en una época determinada, que es el final de la dictadura, y eso marca. Todo ese ambiente político marca. Lo privado no es sólo privado, íntimo; lo privado es también público, político y social. Nacer en ese lugar, en ese momento, tiene toda una serie de implicaciones para tu formación, no sólo intelectual, también afectiva. Los sentimientos que se podían mostrar bajo la dictadura franquista son muy distintos a los que se pueden mostrar ahora. La homofobia de entonces, el machismo de entonces, todo eso es parte de mi historia, es parte de mi bagaje cultural y emocional, lo quiera o no lo quiera. Y yo puedo haber rechazado una buena parte de esa herencia –existe esa figura, también en el sentido literal, de rechazar la herencia cuando viene con demasiadas deudas–, lo que pasa es que, en el ámbito emocional, no puedes rechazarla del todo; puedes decidir vivir en contra de ella pero una parte se queda, hay una parte que está ahí.

Y tienes que aceptarla.

Reconocerla, saber que está. Yo tengo ciertos impulsos que ni siquiera son conscientes, que vienen de esa época, ciertos prejuicios, por ejemplo. Lo que pasa es que luego la persona en la que me he convertido se da cuenta de ello y dice no, no es quien tú eres, eso viene de entonces. Es una lucha que se da a menudo entre lo que fuimos, entre lo que hemos heredado y lo que hemos ido construyendo.

En esa época, en ese ambiente, las tensiones, a nivel colectivo, se trasladan a ese plano familiar e individual, a esas relaciones.

Claro, porque también eran familias mucho más autoritarias de lo que son hoy, al menos la media, porque sigue habiendo familias autoritarias y brutales y violentas. Pero en aquella época lo normal era ver al padre como autoridad máxima, que ejercía de una manera violenta si tenía que serlo. La transmisión de afecto entre padres e hijos es muy distinta de lo que es hoy en general. El papel de los padres en la familia, cómo se relacionaba con sus hijos ha cambiado completamente. Si tú estás escribiendo relatos sobre este tipo de familia, evidentemente salen ciertas cosas que son distintas de las que saldrían hoy. Eso es parte de tu historia.

Portada de 'Mientras estamos muertos' (Páginas de Espuma).

Ahí juega un papel fundamental esa capacidad de desnudarse ante el lector y ante uno mismo al escribir.

Sí, es muy incómodo. La verdad es que no sabía lo incómodo que iba a ser. Yo he trabajado literariamente con la imaginación, aunque por supuesto siempre está tu experiencia, siempre hay algo tuyo aunque escribas un libro que ambientas en Marte, pero cuando te pones a trabajar de una forma en la que la experiencia y el recuerdo están mucho más presentes que la imaginación, de pronto te acercas a sentimientos, a recuerdos, a escenas, que quizá no quieras rememorar realmente, pero la escritura te fuerza a ello. Si la escritura es honesta, te lleva también a esos lugares que preferirías evitar. Y luego está el hecho de que te leen, de que la gente te identifique con eso que está ahí, algo que, normalmente, o una parte de ello, destinarías en realidad a la intimidad, a los cercanos, no a un público al que no conoces.

¿Aquí estaríamos hablando de una literatura que sana?

No. Yo por lo menos no lo veo así. Me han dicho muchas veces, y lo he oído mucho, eso de que escribir es una terapia. Yo no creo que cure nada, lo que te permite es conocer. Lo que pasa es que conocer a veces duele, a veces no tienes la sensación de que te esté sanando o que vayas a ser más feliz por saber más, pero hay algo en mí que me hace pensar que es mejor conocer a pesar de todo, saber quién eres, saber cómo eres, cómo te relaciones con los demás, saber cómo son tus relaciones afectivas. Yo no creo que sane, pero me parece importante para mí crecimiento, para ser quién soy.

En estos cuentos también hay referencias al ejercicio de la escritura.

Yo no suelo hacer ese tipo de referencias, pero en este caso me pareció necesario porque todo esto, en buena medida, es memoria. Me interesaba mucho poner sobre el tapete si estoy contando la verdad o no, si se puede contar la verdad, si se puede recordar de una manera auténtica, si la literatura nos permite hacerlo, o si la literatura, precisamente, añadiendo eso que yo invento en el libro, es una manera de decir la verdad, esa que los hechos desnudos no podrían contar, cosa que yo creo que es así.

Soy de la opinión de que la verdad, como tal, no existe, porque siempre hay una interpretación, siempre hay un pequeño ejercicio de ficción que es inevitable al ordenar el mundo con palabras.

¿Y las ordenaría yo de la misma manera dentro de diez años o las habría ordenado igualmente hace diez? Probablemente, no, porque mi relato sobre mí mismo era un poco distinto. Yo he cambiado en este tiempo, entiendo mi realidad de una manera diferente.

Nuestra visión del mundo cambia constantemente.

Así es.