¿Cómo funciona la memoria? ¿Pueden los recuerdos de uno confundirse con los de otra persona? ¿Dónde está y cuál es la línea que separa la realidad de lo inventado o tergiversado, de aquello que, irremediablemente, parece diluirse con el paso del tiempo? Hay algo que hace fricción en ese ejercicio de traducción de lo que hemos vivido y sentido, y no es fácil mantenerse fiel a esa primera experiencia; de ahí que, en ocasiones, dudemos de nosotros mismos, de lo que percibimos o sentimos, de lo que soportamos y sufrimos.

¿Cómo podemos construir una historia basada en el recuerdo sin reinterpretar ese recuerdo desde nuestro presente? Es esta una pregunta que podría formularle a Emily Ruskovich, autora de Idaho (Random House), ya que en este libro hace ese ejercicio extraordinario de interpretaciones para relatar un acto atroz y cómo éste marca para siempre las vidas de los que vivieron esa acción en primera persona y los que se ven afectados por la misma de forma indirecta, ofreciéndonos un retrato poliédrico en el que uno intenta –el lector, quiero decir– comprender por qué pasó lo que pasó, y cómo sobrevivir a la tragedia.

Es este un libro hermosamente escrito, y no me refiero a la belleza de su prosa –aunque también–, sino a la capacidad de Ruskovich por hilvanar todos esos fragmentos de memoria y desmemoria, ese flujo atropellado de olvidos y recuerdos, y crear una historia que no sólo cautiva, sino que conmueve. Es imposible no verse afectado por ese sentimiento de culpabilidad latente, por esos momentos de enajenación, por esos gestos agresivos que parecen brotar del rincón más oscuro de la mente humana. Y es que en estas páginas hay muerte, reclusión, furia y agresiones, pero también hay un profundo amor, una búsqueda incesante de consuelo, una llamada a la comprensión y a la necesidad de sentirse unido a algo o a alguien, pese a que ese alguien haya cometido un asesinato. 

'Idaho' (Random House), de Emily Ruskovich.

Existe en Idaho un espíritu redentor, una especie de exigencia sobre la búsqueda de la verdad, una verdad difusa, diseminada por las mentes de todos y cada uno de los personajes. Así, podría decirse que estamos ante un rompecabezas psicológico y emocional, en el que el lector va intentando recomponer las piezas resquebrajadas de la familia protagonista, de todos y cada uno de ellos, evitando el juicio y la acusación ante sus actitudes, sean despreciables o no, porque, si algo deja claro Ruskovich en toda esta novela es que somos seres humanos, débiles y asustadizos, afectuosos y tiernos, y seres trastornados, también.

No es extraño que la crítica se haya rendido a esta autora por esta novela que es, y no lo parece, su debut. No resulta fácil trenzar las historias y pensamientos de cada uno de los personajes, servirse de sus memorias –que, a veces, más que revelar ocultan– para hallar esa certeza incomprensible, ese motivo por el cual alguien es capaz de quitar una vida, pero Ruskovich lo ha hecho aquí, en esta novela que rezuma calidad literaria y en la que uno cree haber encontrado esa voz, esa escritura, que impresiona.