Un libro es o puede ser un refugio. Quedó perfectamente demostrado cuando, sin esperarlo —porque, claro, vivimos en el «primer mundo» y esas cosas aquí no pasan—, un virus comenzó a expandirse por nuestras calles, provocando el caos y la muerte de miles de personas.

La incertidumbre se apoderó de nosotros como nunca antes, pues nunca hubiéramos imaginado que algo así podía llegar a suceder(nos). El mundo se detuvo en seco, expectante, a merced de un pequeño agente infeccioso. No somos nada, o somos poca cosa. Es un hecho más que contrastado.

El primer confinamiento, el más duro por ser el más restrictivo, supuso un verdadero reto para una gran parte de la sociedad, aquella que no estaba acostumbrada a permanecer tantas horas en el hogar. El tiempo pareció expandirse y la lectura se erigió en salvadora de los indecisos e inusuales ociosos, convirtiéndose, para qué negarlo, en todo un regalo.

La prensa fue uno de los sectores profesionales que no detuvo su actividad. Su razón de ser es informar de la actualidad, pese a las dudas y el desasosiego imperante. Tuvimos que reconvertirnos, una vez más, para estar ahí, presentes, de un modo u otro, y para ello se hicieron ciertos sacrificios. Uno de ellos, este suplemento, que vio suspendida su actividad durante varios meses.

Fue durante ese periodo de confinamiento, en el que, como todo el mundo, me encontraba un tanto desubicado, que experimenté una especie de crisis lectora. Tenía tiempo, sí. Tenía, también, la libertad para seleccionar la lectura que se me antojara, liberado de mis tareas como crítico —si bien, y esto lo he dicho ya muchas veces, no soy crítico, no puedo serlo—. Pero no sabía qué leer, incluso me atrevería a decir que no sabía cómo leer.

'La aurora cuando surge' (Acantilado), de Manuel Astur.

No hablaré aquí de epifanía, pero sí, quizá, de rescate, cuando, sin saber muy bien cómo, decidí tomar en mis manos San, el libro de los milagros (Acantilado), de Manuel Astur, autor del que había oído hablar, claro, y del que había leído buenas (y muy buenas) críticas sobre su singular ensayo Seré un anciano hermoso en un gran país (Sílex), pero del que tenía, no sé por qué, ciertas dudas.

Qué sorpresa la mía cuando di por terminada la lectura de ese libro que, lo confieso aquí, sin tapujos, me devolvió a la vida lectora. O, dicho de otro modo, hizo que me reencontrara con mi yo lector en aquel entonces, por lo cual le estaré eternamente agradecido.

He aquí, me dije, que encontré una «voz» pausada, elegante pero salvaje, una «mirada» inocente y espiritual, ritualista, una escritura poética, sí, de gran belleza, también, pero sin dejar de ser agreste, sin dejar de lado lo indómito, esa naturaleza silvestre, dura pero, qué duda cabe, eternamente bella.

Un doble viaje

No era de extrañar, como comprenderán, que no dudara en leer La aurora cuando surge (Acantilado), su siguiente obra publicada, que ya describí como «un libro hermoso». Y sí, lo es, reitero lo escrito. Un libro hermoso pese al dolor que reside en él, el dolor de una pérdida, y no cualquier pérdida, pues es la pérdida de un padre que es, al mismo tiempo, un faro, un ejemplo, un espejo en el que mirarse y a través del cual poder mirarse para intentar comprender quién se es y de qué es uno capaz.

La aurora cuando surge relata un doble viaje. Uno geográfico, recorriendo paisajes italianos que describe a modo de diario personal. Y otro emocional, en el que explora su pasado y presente, en el que dialoga consigo mismo y donde ofrece pinceladas de ese padre ahora ausente pero siempre presente en su memoria. A lo largo de esta especie de ensayo o dietario, la poesía está presente —diría que la poesía es parte indisoluble de su ser—, como también lo está la fe, una fe en la palabra, en su poder evocador, en su capacidad para lanzarnos al más allá, convirtiéndonos en seres inmortales a través del tiempo y del espacio.

Será Manuel Astur el protagonista de uno de esos encuentros que son como pequeñas píldoras de gracia y que se celebrará, como no podía ser de otro modo, en la librería Noviembre de Benicàssim este viernes, 25 de noviembre, a partir de las 19.00 horas. Junto a él, el poeta y dramaturgo castellonense Javier Vicedo Alós, uno de nuestros referentes literarios a nivel nacional, quien este mismo año ha publicado un nuevo poemario en la prestigiosa editorial Pre-Textos, Interior verano.

Astur y Vicedo conversarán de La aurora cuando surge, sí, pero estoy convencido que a través de esa charla y de ese libro el público se adentrará en un sinuoso periplo por la literatura, esa técnica, como escribía Giorgio Manganelli refiriéndose a Edmund Wilson, que «tiene por objetivo la creación de un orden inteligible allá donde hay desorden, imprevisibilidad, donde acecha la amenaza de lo existente, de lo real».

A buen seguro que este no será un encuentro pesado o cargante, no podría serlo con dos seres de palabra, de poesía, de sensibilidades salvajes pero intimistas. Si me permiten un consejo, no duden y acudan a esta cita entre dos de los autores que poseen ese don para cautivar con la palabra, a través de las palabras, y de su imaginación desbordante.

La literatura es vida, le respondía James Joyce a su amigo Arthur Powell cuando éste le preguntó al genio irlandés si para él la literatura eran hechos o arte. Para Manuel Astur es vida, estoy seguro de ello. Y la vida hay que vivirla, y vivirla intensamente a ser posible.