Narrar la vida familiar, sea la que sea, no es nada fácil, no puede serlo, porque uno, quiera o no, no elige dónde nace, ni bajo qué condiciones.

Carles Armengol nació en el seno de una familia que regentaba una casa de comidas en Collblanc, zona que delimita la frontera (imaginaria) entre Barcelona y Hospitalet de Llobregat. Por allí desfilaron una serie de personajes que marcaron su infancia, y alguno de ellos incluso despertaron en él pasiones que son parte indisoluble de su ser hoy. Y quizá no fuera el mejor ambiente para que uno creciera manteniendo intacta esa inocencia que nos permite vivir alejados de la cruda realidad, pero fue un hogar, su hogar, y todos los clientes que iban y venían, que se sentaban en las mesas o en la barra, conformaban una gran familia –un tanto disfuncional, sí, pero cuál no lo es–.

De todo ello habla Armengol en Collado. La maldición de una casa de comidas (Colectivo Bruxista), una suerte de novela impregnada de sus vivencias y experiencias y, sobre todo, donde demuestra una impresionante capacidad de observación, diseccionando, con un profundo respeto y ternura, a esas personas que marcaron sus días de infancia y juventud en el Collado. Y de todo ello se habló en la librería Plácido Gómez de Castelló durante la presentación del libro, que estuvo liderada por mi compañero Enrique Ballester y en la que tuve ocasión de participar.

En un momento de la novela, Armengol se refería a su madre como el «poli bueno» y a su padre como el «poli malo». Durante nuestra charla, no sé si Enrique fue el poli bueno o el malo. Tampoco sé quién era yo, aunque sí puedo afirmar que fui el más «serio» de los tres. Reconozco que ese lado formal se apodera de mí demasiadas veces, como también reconozco que fue Enrique, y ese particular gracejo que posee, el impulsor de una conversación a tres que fue divertida y afectuosa, y en la que el público disfrutó con algunas de las anécdotas y peripecias que Armengol contó sobre la «fauna» que habitaba el Collado.

Personajes

Si algo es evidente en esta novela es que es una novela de personajes, como bien matizó Enrique al principio de la presentación. Personajes a cual más variopinto –la Loli, Onofre, el Rubio, el Largo...–, pero cuyos retratos son sinceros, pese a la crudeza de algunas situaciones. En ningún momento, Carles Armengol cae en la burla, en la deformación consciente de esas personas que, con sus miserias y sus virtudes, acudían a esa casa de comidas para que les sirvieran un plato de habas a la catalana o unos canelones. No hay aquí espacio para la caricatura, a pesar de que algunas de las escenas puedan resultar grotescas. Digamos que ese es un punto a favor de su autor y también de su familia, que abrieron las puertas de su negocio a cualquier persona, sin prejuicios, dejando a un lado toda esa (falsa) moralidad puritana que no hace más que provocar la desigualdad y el odio. Dicho de otro modo, el Collado era un lugar donde cada uno podía ser él mismo, generándose así un espíritu de comunión singular marcado por la diversidad y la aceptación, por el más absoluto respeto.

'Collado. La maldición de una casa de comidas' (Colectivo Bruxista), de Carles Armengol.

Esta novela es, a su vez, una novela costumbrista, una novela en la que se hace palpable esa especie de ley no escrita que preside todo vecindario, toda barriada. Lo que pasa en el barrio, se queda en el barrio. Y todo el que viva en el barrio apoya al otro de forma incondicional, pese a sus particulares rencillas, sus secretismos, sus delitos y faltas. Dicho de otro modo, predomina un sentimiento de solidaridad entre todos, y también de pertenencia a un lugar que, como muchos otros por toda nuestra geografía, se forjó con los recién llegados, con los migrantes.

Al inicio de la novela, Carles Armengol ofrece una brevísima nota sobre los orígenes del Collado, sobre los orígenes de su familia paterna. Qué sorpresa comprobar que sus bisabuelos procedían de un pueblito del Alto Mijares, que viajaron en la década de los años 20 a Hospitalet de Llobregat en busca de trabajo y una promesa de futuro. Al leer esto, nada más comenzar, no pude evitar sentir cierta conexión con él, con su familia, teniendo en cuenta que mi bisabuelo, por vía paterna, era de Eslida, y también migró aBarcelona, acompañado por más familiares que se situaron enHospitalet.

Existe, por tanto, una herencia, un pasado común que une (y fortalece a esa comunidad, a esos barrios ), que se ve enriquecido además por algo tan sencillo, en apariencia, como la comida, presente a lo largo de la novela aunque de forma sucinta. No es este un libro de recetas, no se equivoquen, pero sí es un libro en el que la gastronomía juega un papel relevante como complemento a la radiografía física y emocional que realiza Carles Armengol de cada uno de los clientes del Collado.

Estas páginas están teñidas de nostalgia, eso es un hecho, si bien hay pequeñas dosis de crítica  (no creo que puedan definirse como «recriminaciones») sobre los horarios y sacrificios de un negocio que se vuelve cada vez más precario como el de un bar, en el que se reúne «una parroquia entre la que hay prostitutas, mafiosos de medio pelo y perdedores de todo tipo». Aquí hay lucha, ensoñaciones, aprendizaje. Aquí hay vida, rutina y sorpresa. Fue una grata presentación, no hay duda