El trasvase de una obra inadaptable

Las claves de 'Cien años de soledad': ¿Qué tal si leemos (o releemos) la novela antes de ver la serie?

La novela de Gabriel García Márquez cambió para el mundo la percepción de la literatura latinoamericana y le dio categoría universal

Gabriel García Márquez.

Gabriel García Márquez. / Mario Guzman

Elena Hevia

Barcelona

'Qué decir de 'Cien años de soledad' que no se haya dicho ya. Poca cosa, pero quizá, ante el inminente estreno de la adaptación televisiva de la obra del premio Nobel Gabriel García Márquez, a la que él siempre se negó, convenga refrescar algunas claves de una novela que desde el minuto uno cambió para el mundo la percepción de la literatura latinoamericana y le dio categoría universal. 

Suele suceder que la gran maldición que persigue a una gran novela sea la glorificación, quizá porque la sitúa en un lugar incontestable y por eso se vea cargada de un temor reverencial por parte de lectores que no se atreven a bregar con ella. Así que la adaptación audiovisual quizá parezca una forma de aproximarla. Pero, ¡ay!, el resultado pocas veces equivale a lo escrito. No hay más que ver la ilustrativa y plana versión de 'Pedro Páramo' de Netflix. ¿Cómo lo resolverá 'Cien años de soledad', la serie? ¿Cómo captará la capacidad de conectar con el lector, la magia de los viejos contadores de historias frente al fuego que desplegó Gabriel García Márquez en su obra maestra? Por eso lo que aquí se propone es ir a la semilla, a la novela, y animar a una lectura que no es nada compleja, aunque la sucesión multiplicada y con pocas explicaciones de José Arcadios y Aurelianos aturrulle un poco. Estos son algunos de sus muchos aspectos

1. 'El Quijote' de Latinoamérica

‘Cien años de soledad’ fue un clásico contemporáneo desde el minuto uno. Aunque el biógrafo de García Márquez, Gerald Martin, asegura que fue escrito en tan solo un año -mientras vivía en México y antes de trasladarse a Barcelona-, el colombiano sostiene que fueron 18 meses y en estado de trance, algo raro en él porque habitualmente no escribía más de un párrafo al día. Pero, la historia, la saga familiar de los Buendía fundadores de Macondo, un pueblo casi inexpugnable que ya había hecho acto de presencia en libros anteriores del autor, la había ido cociendo a fuego lento en su mente durante dos décadas hasta que eclosionó. Y la recepción -el libro vio la luz en Buenos Aires en 1967-, no fue comparable a nada de lo que se había publicado en Latinoamérica hasta el momento. Carlos Fuentes fue quien la bendijo como el nuevo Quijote. 

2. Un lugar llamado Macondo

Situado entre la sierra, la selva y los pantanos, alejado de todo, Macondo es en un principio un lugar adánico –“el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”-, se diría que fundado sin pecado original -aunque la razón que llevó a los Buendía allí fue la huida de un crimen de sangre-. Poco a poco la podredumbre de la civilización empieza a minar aquel paraíso al llegar hasta allí las leyes, la organización política, las guerras civiles o la codicia de las grandes multinacionales… Macondo es el trasunto del pueblo bananero donde el autor pasó sus primeros años, Aracataca. En el 2005, una iniciativa municipal llevó a consulta popular que el pueblo natal del autor pasase a llamarse Aracataca-Macondo, pero la poca afluencia de los votantes, poco más de un 10%, puso en evidencia la falta de interés de sus habitantes por el cambio. 

3. Los cuentos de la abuela

García Márquez siempre fue un hábil vendedor de sí mismo (García Marketing lo llamaron sus detractores) cultivando una imagen, no del todo cierta, poco o nada intelectual. Solía explicar que el origen de su materia narrativa eran los relatos que su abuela Tranquilina le contaba sobre un mundo en el que vivos y muertos conviven con pasmosa verosimilitud. Esa naturalidad poética de cuento de hadas deja al lector boquiabierto frente a esas situaciones imposibles: el cura que levita cuando bebe chocolate; el rastro de sangre que dobla la esquina y toma su propio rumbo hasta llegar a la madre de la víctima para anunciarle su muerte; el patriarca que vive durante años atado a un castaño; la ascensión a los cielos de Remedios, la bella, tan hermosa como falta de luces; el hecho de que Úrsula, la matriarca, alcance los 120 años; la lluvia de flores amarillas. Todo tiene un aire prodigioso pero también un tono decididamente humorístico.

4. Más realista de lo que parece

Aunque en el realismo mágico solo parece destacar la magia, la obra también refleja la historia de Colombia al relatar el terrible episodio de la masacre de las bananeras en la que en 1928 el ejército colombiano ametralló a una multitud de trabajadores en huelga de la compañía norteamericana United Fruit y el posterior borrado oficial de aquellos hechos. En la ficción, los adelantos técnicos -astrolabios, imanes y fábricas de hielo- son contemplados al principio como objetos prodigiosos que, en contrapartida, acabaron trayendo al pueblo un enloquecido capitalismo gracias a la irrupción del tren. 

5. Y más biográfico

“No soy más que un mediocre notario”, decía Gabo con su bien calculada modestia. Aunque el gran valor de la obra estribe en la voz elocuente del autor, todo lo que está en la novela pertenece a las historias, ciertas o no, que se relataban en las familias. De cierto había mucho: así el general Aureliano Buendía, uno de los grandes protagonistas de esta novela coral, es un trasunto de su abuelo materno, veterano de la cruenta guerra de los Mil Días allá por el cambio de siglo del XIX al XX. De hecho, tanto el abuelo como la abuela eran primos hermanos, y sobre ellos siempre sobrevoló el temor a las malformaciones congénitas en la familia, como la cola de cerdo que amenaza al último de la saga de los Buendía. Además, Gabo, importante supersticioso, que nació como Aureliano con los ojos abiertos, según contaban, alardeaba de tener, al igual que su personaje, el don de la premonición. 

6. A vueltas con el tiempo

El colombiano cifró en un siglo el arco que va desde la fundación de Macondo hasta su decadencia y desaparición a través de las vivencias de cinco generaciones que repiten una y otra vez circularmente los errores de sus antepasados. Y para que el lector sea consciente de esos ciclos de eterno retorno que impiden a la comunidad una historia lineal, García Márquez repite los mismos nombres marcando una espiral narrativa que el autor definiría “llena de mujeres célibes y hombres desbraguetados”. La propia familia del autor cuenta con esas mujeres solteras que tuvieron hijos con hombres ausentes. Tanto el padre como la madre de Gabo, y muchos otros de la familia, no llevaron el apellido de sus padres biológicos. Además de sus dos hijos, Rodrigo y Gonzalo, el nobel tuvo también una hija, Indira Cato, de una relación extramatrimonial, solo revelada públicamente a la muerte del autor. 

7. Todos los mitos, el mito

Faulkner, otro gran cultivador de mitos. La Biblia -con referencias a la expulsión del paraíso o la huida a Egipto-. Las leyendas fundacionales amerindias o de origen africano están en el magma de la novela, capaz de mostrar la universalidad histórica de un pequeño pueblo, que es a su vez la metáfora de toda Latinoamérica y también impulsora de la moderna literatura asiática o africana marcada por la oralidad. Las obras de Salman Rushdie no existirían sin ‘Cien años de soledad’. Ni las de Wole Soyinka o Chinua Achebe 

8. ¿Y las mujeres?

‘Cien años de soledad’ está sostenida por un importante culto a la virilidad masculina y, por ende, ellos van dejando a lo largo de la novela mujeres violadas, madres abandonadas y prostitutas contentas con su suerte. Particularmente doloroso, porque está contado como un hecho habitual, es el caso de Remedios, la niña de poco más de nueve años que muere “reventada” gestando unos gemelos, o el de la pequeña obligada a prostituirse a destajo y cuyas penalidades ampliaría más tarde en el cuento ‘La increíble y triste historia de la cándida Eréndida y su abuela desalmada’. Cuando apareció la novela, a nadie le chocó que la moral vertida en la novela, arropada por la ficción, estuviera apuntalada en la misoginia. Tuvo que pasar mucho tiempo, con la publicación de la penúltima ‘Memoria de mis putas tristes’ (2004), historia de un hombre de 90 años deseoso de desflorar una virgen adolescente, para que se levantaran algunas voces contrarias, como la de la periodista mexicana Lydia Cacho, que acusó a Gabo de “apología de la trata de niñas”. Nadie duda de la grandeza de ‘Cien años de soledad’, del hipnotismo de su escritura, pero bajo las mariposas amarillas también bullen algunos feos insectos. 

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